Vol. 12 - Num. 45
Originales
Félix Zurita Ortegaa, R Martínez Porcelb, OJ Ali Morellc, R Fernández Garcíad, M Fernández Sánchezd
aProfesor. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Granada. Granada. España.
bTécnico especialista en psicomotricidad. Educador social. Fundación Purísima Concepción. Granada. España.
cFisioterapeuta. Fundación Purísima Concepción. Granada. España.
dProfesor. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Almeria. Almería. España.
Correspondencia: F Zurita. Correo electrónico: Felixzo@ugr.es, felixzo@hotmail.com
Cómo citar este artículo: Zurita Ortega F, Martínez Porcel R, Ali Morell OJ, Fernández García R, Fernández Sánchez M. Aportaciones a la determinación de la prevalencia de la obesidad entre el alumnado de educación especial. Rev Pediatr Aten Primaria. 2010;12:15-31.
Publicado en Internet: 31-03-2010 - Número de visitas: 51485
Resumen
La obesidad infantil está llegando a proporciones epidémicas en todo el mundo. La literatura sobre el nivel de obesidad de los niños con necesidades educativas especiales resulta escasa. Para abordar este problema, se revisaron las historias clínicas de 114 niños de 3 a 20 años del Colegio Purísima Concepción de Granada. Se analizaron datos demográficos, clínicos y antropométricos. El nivel de obesidad se determinó a partir del índice de masa corporal (IMC) y fue valorado según las curvas de percentiles para la edad y el sexo; según los resultados, los niños fueron clasificados como: peso bajo, normopeso, sobrepeso y obeso. Igualmente, los individuos fueron ordenados en seis grupos según el diagnóstico médico y psicológico emitido: síndrome de Down, autismo, parálisis cerebral infantil (PCI), retraso mental, síndrome de baja incidencia y síndrome X frágil. Se empleó el SPSS® 15.0 para el estudio estadístico.
De manera general se hallaron diferencias estadísticamente muy significativas en cuanto al sexo (mayor IMC en féminas) y la edad (aumento considerable coincidiendo con el incremento de la edad cronológica). Asimismo, se estableció una asociación por síndromes determinada por el 29,64 del IMC de los X frágil frente al 16,57 de la PCI. En cuanto a los niveles de obesidad, el 27,2% de la muestra tenía obesidad (determinada por los individuos con X frágil y retraso mental), mientras que un 13,2% presentaba bajo peso, condicionado por factores de tipo social, metabólico y de desarrollo madurativo. Por ello, se harán necesarias la creación e implementación de programas que vayan orientados al aumento de la actividad física y de las mejoras nutritivas.
Palabras clave
● Discapacidad ● Educación especial ● Índice de masa corporal ● Nutrición ● ObesidadLa obesidad se ha convertido en una de las principales líneas de investigación a nivel mundial. Se define como aquella situación en la que existe un desequilibrio entre el gasto y la ingesta energética, en el que prevalece un balance positivo y que trae como resultado el incremento del peso a expensas del tejido graso. La Organización Mundial de la Salud cita que, a nivel global, existen unos 250 millones de personas obesas, es decir, un 7% de la población mundial. Es un gran problema de salud pública en países desarrollados por el impacto que tiene en la esperanza y calidad de vida de los sujetos afectos, y es considerada por muchos como la epidemia más grave de la sociedad occidental del siglo XXI1. Además, en individuos con necesidades educativas especiales estas cifras se hallan incrementadas2,3; sin embargo, es importante destacar la escasa literatura que existe sobre el tema de la obesidad asociada a la discapacidad psíquica4.
La obesidad como fenómeno social es simplemente el resultado de un desequilibrio por un destacado aumento del ingreso calórico cotidiano (sobrealimentación) junto con un marcado descenso del gasto calórico por el sedentarismo, situación que se asocia con el incremento de la prevalencia de enfermedades crónicas (cardiovasculares y diabetes). Debe añadirse que la obesidad infantil se asocia a un aumento del riesgo cardiovascular, a hiperinsulinemia con menor tolerancia a la glucosa, a alteraciones en el perfil lipídico en sangre, a hipertensión arterial, a problemas ortopédicos y a consecuencias psicosociales (como baja autoestima, aislamiento social, discriminación y patrones anormales de conducta, incluidos los trastornos de conducta alimentaria). Asimismo, hay que tener en cuenta que los malos hábitos alimentarios y la inactividad física, así como los síndromes de anorexia y bulimia nerviosa, están afectando de manera cada vez más temprana a la población infantil y juvenil, y suponen un impacto mayor en los alumnos con necesidades educativas especiales5.
La obesidad, que implica numerosos factores y riesgos, es clasificada según su causalidad en endógena (por alteraciones fisiológicas) y exógena (por alteraciones conductuales); esta última es la más frecuente y en ella se contabilizan hasta un 90% de los casos. Los estudios epidemiológicos sugieren que las causas principales de la obesidad están relacionadas con los cambios ambientales y los estilos de vida, y resultan mucho menos frecuentes que otras enfermedades que se asocian a la obesidad, como el hipotiroidismo, el déficit de la hormona del crecimiento, el síndrome de Cushing, el pseudohipoparatiroidismo, el síndrome de Turner, los hipogonadismos, las lesiones del sistema nervioso central o la ingesta de fármacos como corticoides o antihistamínicos. También influyen factores de tipo hereditario, actitudes familiares ante la obesidad, hábitos de ejercicio o el nivel socioeconómico y cultural. En este contexto se incluyen también síndromes genéticos, enfermedades endocrinológicas y trastornos psicológicos6,7.
La adolescencia es una etapa decisiva en el desarrollo humano por los múltiples cambios fisiológicos y psicológicos que en ella ocurren. Éstos, a su vez, condicionan tanto las necesidades nutricionales como los hábitos de alimentación, la actividad física y el comportamiento. Además, está demostrado que estos hábitos repercuten en el estado de salud en la vida adulta. En este sentido no debemos obviar la discriminación que sufren los individuos obesos, que desencadena en ellos actitudes antisociales, depresión, aislamiento e inactividad, que inducen a aumentar la ingesta de alimentos y perpetuar el cuadro. Si a todo lo anterior le añadimos el hecho de padecer algún tipo de retraso mental, esta situación puede empeorar.
Padecer algún trastorno de tipo neurológico o mental en la infancia no implica ser obeso; sin embargo, la presencia de alguno de estos problemas se acompaña en muchos casos de problemas psicomotores, que suelen ser decisivos en la aparición de la obesidad. Al disminuir la capacidad motora de los individuos, se originan limitaciones funcionales y sensoriales que afectan a la autonomía del sujeto haciéndole, en la mayoría de los casos, dependiente de otro individuo, por lo que su aspecto motor se encuentra asociado al del cuidador; también la sobreprotección de padres y familiares que limitan las posibilidades del propio individuo pueden ser causantes de una mayor tendencia hacia la obesidad.
El sistema educativo actual, y más específicamente la educación especial, contemplan una educación integral de la persona e intentan dotar a los alumnos de una autonomía suficiente para afrontar las actividades cotidianas. Por ello, también es necesario formarlos para que sean capaces de tomar decisiones que vayan a tener consecuencias sobre su salud y la de los demás. Así, la educación física actual contribuye a la formación del hábito del ejercicio sistemático y a la promoción efectiva de los niveles de salud.
Si nos centramos en la obesidad, los docentes deben diseñar y desarrollar planes de tratamiento comprensivo, que deben incluir la prevención de la obesidad mediante el manejo de la actividad física y de la alimentación, la modificación del comportamiento y, cuando sea necesario, la participación familiar, incluyendo en esta área la educación especial como disciplina integradora de individuos. Es importante informar acerca de la alimentación en general y educar sobre hábitos alimenticios saludables en particular, así como promover y facilitar el desarrollo de ejercicio físico a distintos niveles de actividad. Por tanto, la educación física y las ciencias de la salud pueden y deben asumir en su currículo este reto educativo que la sociedad actual plantea, pues no basta solamente con el tratamiento de la obesidad a nivel individual ni con la educación para la salud en las escuelas.
Siendo uno de los puntos de partida implicar a las comunidades educativa y sanitaria en la realización de un trabajo conjunto, es preciso impulsar acciones que contribuyan a erradicar esta epidemia del siglo xxi, concienciando a todos los sectores sobre la influencia que tiene la sobrealimentación en sujetos con necesidades educativas especiales.
En el presente trabajo sobre la valoración de la obesidad nos planteamos los siguientes objetivos: establecer el índice de masa corporal (IMC) medio de la población de estudio, así como estudiar qué tipologías de discapacidad presentan mayores niveles de obesidad.
Esta investigación fue elaborada con un diseño de carácter descriptivo transversal, donde la variable estuvo representada por la determinación del IMC. Se empleó el SSPS® 15.0 para el análisis estadístico.
La selección de la muestra se llevó a cabo en la población escolar del Centro de Educación Especial Purísima Concepción de Granada cumpliendo las normas éticas del comité de investigación y de la Declaración de Helsinki de 1975. La selección de la muestra definitiva se realizó por muestreo atendiendo a la composición natural de los grupos en el centro solicitado; además de la conformidad en la participación en el estudio, no existió ningún otro criterio de inclusión ni exclusión. La totalidad de los grupos fueron reclutados teniendo en cuenta las siguientes variables:
La muestra final utilizada en el estudio fue de 114 sujetos de 3 a 20 años; un 50,9% eran varones (n = 58) y un 49,1%, féminas (n = 56). La edad de los individuos de este estudio está representada en la tabla 1.
Los sujetos estudiados fueron agrupados en categorías según el diagnóstico del dictamen de escolarización emitido por los equipos de orientación educativa, siguiendo la clasificación empleada por científicos de reconocido prestigio en el ámbito de la psicología y la neurología pediátrica8,9.
La distribución de los sujetos por la tipología del síndrome o diagnóstico fue bastante heterogénea (figura 1). Se debe añadir que al existir determinados síndromes con una muestra muy escasa, éstos fueron incluidos dentro de la categoría otras patologías (síndromes de Rett, Williams, Lennox-Gastaut, etc.).
La variable de nuestro estudio queda determinada por el IMC, para cuya realización se requiere:
En este estudio de 114 sujetos, las féminas presentaron un IMC medio de 23,48 –desviación estándar (DE) = 9,17– frente al IMC medio de 20 de los varones (DE = 5,38). Se establecieron diferencias estadísticas muy significativas (p = 0,01) entre ambos grupos. El IMC medio de la muestra en general fue de 21,71. En cuanto a la edad, en la tabla 3 se observa cómo los sujetos presentaron una distribución muy heterogénea; aparecen 18 individuos con 14 años frente a un único individuo de 20 años.
Se observan amplias diferencias por edades (p = 0,00). Así, el 13,60 de IMC medio a los 4 años contrasta con los 36,001 de los 18 años; a partir de los 12 años, el IMC supera ampliamente el 20 frente a los valores que oscilaban en torno al 15 de las edades más tempranas en cuanto a la media del IMC.
En la figura 2 exponemos el IMC medio de las diversas patologías o deficiencias objeto de nuestro estudio y los valores por sexo dentro de cada una de ellas.
Los mayores niveles de IMC los encontramos en los individuos con X-frágil (X = 29,64) frente a los sujetos con parálisis cerebral, que presentaron una media de 16,57. Hay que señalar que entre los seis grupos definidos de personas con discapacidad mental apreciamos diferencias estadísticamente muy significativas (p = 0,00).
En cuanto al sexo, destacamos cómo en la parálisis cerebral infantil (PCI) y el autismo, los valores son similares entre niños y niñas; sin embargo, en el resto de categorías, las chicas obtuvieron un IMC más amplio que los varones y se produjeron diferencias estadísticamente muy significativas (p = 0,00), aspectos muy concordantes estadísticamente en lo referente a la edad, como mostramos en la figura 3.
En cuanto a los niveles de obesidad definidos en las cuatro categorías citadas anteriormente, 68 sujetos (59,6%) tenían valores de normopeso y 15 (13,2%) de bajo peso; el resto de la población (27,2%) presentaba peso excesivo (7,9% sobrepeso y 19,3% obesidad), como se muestra en la figura 4.
Entre los cuatro niveles de peso definidos se establecen diferencias (p = 0,02) determinadas por la presencia de un mayor número de individuos con peso normal frente al resto de grupos. Por sexos destacamos que en bajo peso y en peso normal, los valores son prácticamente idénticos, difiriendo en sobrepeso (66,7% de varones frente al 33,3% de mujeres) y, sobre todo, en obesidad, donde 17 (77,3%) eran niñas frente a 5 chicos.
Asimismo, debemos observar cómo los sujetos varones con bajo peso superaban en cifra a los de sobrepeso y a los obesos (13,8% frente a 10,3% y 8,6% respectivamente); en las féminas vemos que una tercera parte (30,4%) eran obesas.
En lo referente a la edad, los resultados son muy heterogéneos en todas las categorías. Se obtuvieron valores estadísticamente muy significativos (p = 0,00), como se observa en la figura 5. La obesidad se incrementó conforme avanzaba la edad cronológica.
En la tabla 4 y la figura 6 mostramos las cuatro categorías de IMC en función de los seis grupos descritos para personas con discapacidad en nuestro estudio; destaca la no aparición de diferencias significativas (p = 0,08). Así, del 13,2% de casos de bajo peso, los sujetos con el síndrome X-frágil y con síndrome de Down no aportan ningún individuo, y son los niños con síndromes de baja incidencia los que más casos presentan (28,6%) junto con el 26,3% de sujetos con PCI.
En cuanto a los sujetos con peso normal, los individuos con autismo, síndrome de Down y parálisis cerebral superan ampliamente el 63%. El único que no llega al 50% es el síndrome X frágil. El grupo de sobrepeso no alcanza cifras superiores al 15,4% en ningún nivel de discapacidad.
Por último, en lo referente a los obesos destacamos cómo el 50% de los X frágil lo son; los siguen los sujetos con retraso mental (27,8%). Por el contrario, solamente un niño con PCI se encuadró en este grupo (tabla 4).
Entre los individuos con síndrome de Down, no hay ningún sujeto de bajo peso, mientras que dos terceras partes de ellos presentan un peso normal. Valores muy similares en cuanto al peso normal se dan en el grupo de los autistas y en los niños con parálisis cerebral (63,2%), aunque en este grupo una cuarta parte (26,3%) son sujetos con bajo peso. Así, solamente el 55,6% (n = 20) de los individuos con retraso mental tiene peso normal, y el 27,8% de ellos son obesos, datos concordantes con el grupo con síndrome X-frágil, aunque éste obtiene mayores valores de obesidad (50%; n = 4).
Mención aparte merecen los alumnos con otras patologías (síndromes de baja incidencia), con un 57,3% de normalidad y la presencia de un 28,6% de bajo peso. Hay que recordar que en este grupo se englobaban diversas patologías, por lo que debemos tratar con cierta precaución sus resultados.
En el estudio realizado se da un IMC medio de 21,71 en los 114 individuos analizados, algo superior al hallado por Beauquis12, en cuya población de estudio con rangos de edad y discapacidad similares al nuestro se obtuvo un 19,27, que contrasta con el 27,40 de IMC hallado por Melville et al.13 en Inglaterra en sujetos con discapacidad intelectual. En nuestra población se establecen diferencias muy significativas por sexos (p = 0,01) condicionadas por el mayor IMC hallado en las niñas, con media de 23,48, frente a una media de 20 en los niños, datos opuestos a los ofrecidos por otros autores14 que encontraron mayor incidencia en los chicos que en las chicas. Consideramos que este aumento viene originado por el inicio de desarrollo puberal más temprano en las niñas que en los niños, y que el comienzo de este desarrollo incluye un aumento corporal considerable. Asimismo, añadimos a esto las condiciones de índole social que rodean a este colectivo debido a su ubicación geográfica y que provocan un incremento considerable en los niveles de obesidad. Por el contrario, otros científicos15,16 no muestran en sus resultados, en cuanto a los niveles de peso, diferencias significativas por sexo, en la misma línea de lo expresado anteriormente. En cuanto a la edad, observamos un aumento gradual del IMC conforme avanza la edad cronológica, dato que sigue la evolución natural del IMC. De esta forma, entre los 3 y 10 años, el valor del IMC medio no supera la cifra de 17,95 frente al resto de edades, donde se incrementa de manera notable y llega incluso a 36, cifra alcanzada por 3 sujetos a los 18 años. Algunos autores17-19 se manifiestan en este sentido cuando citan que durante los períodos de pubertad aumenta en un 40% la masa ósea, muscular y grasa, lo que coincide con lo observado en nuestra muestra, ya que se aprecia un patrón de aumento del IMC conforme se incrementa la edad de los escolares con discapacidad, tendencia similar a la de los individuos sin patología20
Como se mostró anteriormente, la patología que presentó un mayor valor medio de IMC fue el síndrome X-frágil (IMC = 29,64), seguido del retraso mental y del síndrome de Down con valores mayores de 24 (superando estos tres la media de la muestra). En este sentido13,21,22, se expone que el síndrome X-frágil se halla asociado a alteraciones de tipo endocrino y ocasiona altos valores de obesidad. Asimismo, destacamos cómo las tres chicas con este cuadro presentan valores de IMC dos veces superiores a sus homólogos. Del mismo modo, los individuos con retraso mental y síndrome de Down siguen la misma tendencia que los de otros autores consultados12,23 y se afirma que el IMC es mayor en discapacitados de tipo cognitivo. Melville et al.13 refieren un IMC en adultos con síndrome de Down de 29,65, lo que supone unas cifras muy elevadas en comparación con nuestro estudio. Consideramos que los controles nutricionales a los que se somete el alumnado de este centro pueden ser la causa de dicha disminución. Bruffaerts23,24 afirma que los trastornos mentales tienen un efecto considerable sobre la incapacidad funcional, lo que da como resultado una locomoción y una actividad de índole físico menores.
Del mismo modo, los niños con parálisis cerebral y síndromes de baja incidencia obtuvieron valores de IMC por debajo de 19, lo que confirma los datos referidos por otros autores23,25 y los autistas se mantuvieron en la media de la población; sin embargo, otros26 estiman que, debido a su patología, éstos siempre van a presentar índices globalmente menores que la población general.
En cuanto a la obesidad a nivel general, se establecieron diferencias estadísticamente muy significativas (p = 0,00). Así, el 13,2% de nuestra población obtuvo valores de bajo peso, dato que viene condicionado por el grupo de individuos con parálisis cerebral. Dicho conjunto se halla caracterizado por problemas de alimentación o trastornos nutricionales (de tipo oral, digestivo, etc.). Asimismo, casi el 60% de nuestra muestra se encuadró dentro de la normalidad, lo que recuerda la presencia tan heterogénea de población.
Debemos destacar que la suma de sujetos con sobrepeso y obesos nos dio un porcentaje del 27,2%, valores muy parecidos a los hallados en poblaciones con sujetos totalmente sanos27-29; asimismo, en estudios similares al nuestro se observaron tasas de peso excesivo muy superiores a las nuestras4. Debemos considerar que en la revisión de la literatura existen escasos estudios como el nuestro.
En cuanto al sexo y la edad, destaca que las féminas presentan valores más altos de obesidad que los varones (30,4% frente a 8,6%), dato que, intuimos, viene determinado por las condiciones sociales de las cuales proviene la mayor parte de la muestra (zonas desfavorecidas), donde aún se considera un problema tener una niña con alteración cognitiva o funcional, y donde el varón tiene una mayor independencia a nivel motor. En cuanto a la edad, y recordando que se han seguido las curvas de crecimiento propuestas10, conforme se incrementa la edad cronológica se produce un aumento considerable de la obesidad18,20; asimismo, los individuos con parálisis cerebral son los que más bajo peso presentan (26,3%), datos similares a los aportados por la mayor parte de los autores consultados30. Por último, destacar cómo, por síndromes, el X-frágil presentó a la mitad de su población con obesidad (50%). Hay que recordar cómo la obesidad está implícita en estas patologías y cómo algunos síndromes están en el 0% de bajo peso, aunque no presentan valores muy altos de obesidad, lo que viene determinado, en cierta medida, por el seguimiento a nivel general de pautas de tipo nutricional y motor (aspecto físico-deportivo).
Los niveles de obesidad en nuestra población están por debajo de los de otros estudios similares. Se observa un incremento notable de la obesidad en el sexo femenino y un aumento de la proporción de obesos según avanza la edad cronológica.
La mitad de la población con síndrome X-frágil presenta valores de obesidad, mientras que los sujetos con parálisis cerebral tienen altos índices de normalidad y bajo peso.
El aspecto nutricional y la actividad física generalizada constituyen dos elementos valiosos para prevenir la obesidad infantil, así como para aumentar la calidad de vida en individuos con necesidades educativas especiales.
Los autores declaran no presentar conflicto de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
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