Vol. 22 - Num. 88
Editorial
aPeriodista y autor de COVID-19. Nuestra guerra
Correspondencia: A Gutiérrez. Correo electrónico: alipioa1@yahoo.es
Cómo citar este artículo: Gutiérrez A. ¿Habría cambiado la evolución de la pandemia si se hubiese facilitado el acceso de los medios a los centros sanitarios? Rev Pediatr Aten Primaria. 2020;22:349-51.
Publicado en Internet: 10-12-2020 - Número de visitas: 5196
“El único medio de vencer en una guerra es evitarla”, decía George Marshall. La pandemia por el coronavirus y la COVID-19 es otro tipo de guerra en la que no hay ejércitos enfrentados, ni cañones, ni misiles, ni riquezas ansiadas, ni territorios conquistados. En esta pandemia la guerra es entre la humanidad y un nuevo virus que amenaza nuestra existencia, la vida de las personas, los sistemas sanitarios, las economías más pudientes y el orden social por completo. Y en esas estamos aún, casi un año después de la aparición del SARS-CoV-2. Si, como decía Marshall, la mejor manera de vencer en una guerra es evitándola, en este caso hemos fracasado de lleno, porque para evitarla habría que haberla visto venir, y no la vimos. Ningún país, ni siquiera China, que ya tuvo el precedente de la epidemia por el SARS en 2002 y que desapareció apenas un año después, fue capaz de prevenir esta pandemia tan grave, y que tantas vidas se está cobrando. En Europa y en el resto del mundo asistimos consternados a un fenómeno extraordinario que podría haberse evitado. Algunos científicos y personalidades afines habían advertido, apenas un lustro antes de 2020, de que una pandemia causada por un nuevo virus podría establecerse, pero no les creímos. ¿Cómo iba a ocurrir eso en pleno siglo XXI, donde el desarrollo de la medicina y su tecnificación nos hace casi invencibles?
Los periodistas como yo también llegamos tarde, no vimos las señales a tiempo. Solo cuando el virus se propagaba de forma comunitaria, sin control, colapsando nuestro sistema sanitario, reparamos en la magnitud de una tragedia sin parangón en el último siglo. Ahora, con más de 62 millones de personas contagiadas en el mundo y cerca de un millón y medio de muertos, los medios de comunicación analizamos si hemos sabido transmitir al mundo una realidad tan dramática y si hemos sido capaces o no de conformar una opinión pública que favorezca la contención de los contagios y la vida. En mi opinión, lo podríamos haber hecho mejor.
Por primera vez en la historia, los medios de comunicación nos hemos visto superados por la acción comunicativa de los individuos a través de las redes sociales, donde las opiniones de cada ciudadano cobraban más credibilidad que las nuestras, a pesar del ejercicio de objetividad que buscamos en ellas y de publicar solo aquello que ha sido contrastado y es compatible con el rigor científico. Y no es de extrañar que haya sido así, por ejemplo, en España, por una razón elemental: los medios españoles y en especial los audiovisuales, las televisiones, hemos contado la pandemia sin mostrar imágenes de las consecuencias que el virus estaba causando en la población. Las imágenes estaban en las redes sociales antes que en los medios de comunicación y los periodistas las tomamos de allí para enseñarlas después a la población en nuestros reportajes y noticias. La imagen de la pandemia solo ha estado en los ojos del personal sanitario, que ha luchado, en muchos casos hasta la muerte, y que son los que han vivido y sufrido hasta el agotamiento esta tragedia. Como señala la psicóloga María Jesús Álava, “creo que ha sido un gran error no mostrar la auténtica realidad que estábamos viviendo, ha sido un error hurtar esas imágenes que pudieran llegar a impactar en la sensibilidad de la persona más insensible, y que despertasen la responsabilidad de los más irresponsables”.
Por otra parte, la población sigue sin tener acceso directo a las consecuencias reales del coronavirus; no han visto los auténticos estragos de la enfermedad, las situaciones dramáticas que vivía nuestro sistema de salud, la soledad de los enfermos, el desgarro de las familias, la impotencia, la desprotección, el agotamiento y la desesperación del personal sanitario… Gervasio Sánchez, fotoperiodista experimentado y reconocido internacionalmente, que ha vivido diferentes conflictos bélicos y catástrofes por todo el mundo, señalaba en la cobertura informativa de esta pandemia que “me ha conmovido ver a la gente morir tan sola”, y lo cuenta comparándolo con guerras de fuego y miles de fallecidos y no duda cuando repite que “nunca había visto morir tan sola a la gente, ni en Ruanda, ni en Bolivia… ni en ningún sitio, allí –explica– siempre tenían familia cerca, pero aquí han muerto solos, con la única compañía del personal sanitario”.
En esa tarea de comunicación con imágenes, los medios no hemos estado a la altura, por un ejercicio inapropiado, en mi opinión, de autocensura y por la censura que los políticos decidieron imponer al no autorizarnos a los periodistas a estar allí donde ocurrían los hechos. Deberían haber dejado que los periodistas pudiéramos entrar a los lugares de la pandemia para certificar lo que estaba pasando, pero ha habido censura, no se han mostrado cadáveres –salvo los de Bolsonaro en Brasil o en algunos otros lugares del mundo–, no se ha podido documentar y esto ha provocado una falsa idea de ligereza entre los ciudadanos acerca de una pandemia que era y es letal. La ignorancia de los hechos favorece la irresponsabilidad de los comportamientos.
También los periodistas hemos sido demasiado complacientes, blandos en la crítica severa de acciones de no pocas personas y grupos que, desoyendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias, en un escenario de pandemia, han actuado de forma irresponsable poniendo en riesgo, muchas veces, la vida de otros, en lo que, jurídicamente, se tipifica como delito contra la salud pública. Las autoridades políticas tampoco han actuado con contundencia evitando semejantes acciones.
Recuerdo que los medios de comunicación en 2015 dejamos de contar la guerra en Siria para centrarnos en las consecuencias de esa guerra, el desplazamiento de miles de refugiados que huían hacia Europa. Sin duda uno de los momentos más recordados y con más impacto en la opinión pública fue la publicación de las fotografías del niño Aylan Kurdi, de tres años, muerto en una playa turca. Antes, cientos de personas habían perdido la vida en su huida hacia algún país de la Unión Europea, pero la publicación de esta imagen provocó que los medios comenzaran a centrase en la crisis humanitaria de los refugiados y la discusión sobre el papel de los medios de comunicación. La representación visual de los refugiados tiene un importante efecto en la percepción de estos por parte de la opinión pública, puesto que la carga emotiva de la fotografía o el vídeo es mucho mayor que la de cualquier texto escrito, y ayuda a humanizar problemas sociales. Además, en el caso de conflictos o grandes catástrofes, como la derivada de esta pandemia, las imágenes son fácilmente convertibles en símbolos, como fue el caso del niño Aylan, ayudando así a su difusión. Los ciudadanos, habitando un entorno cada vez más tecnificado y con un flujo de información imposible de procesar, seleccionan de forma rápida a través de las redes sociales aquella que consideran importante para ellos. Es decir, la que les afecta o puede afectarles directamente. Por ello, la imagen de Aylan consiguió llegar a los corazones de la sociedad occidental, algo que las imágenes de la guerra no habían conseguido.
Tal vez llegará el momento en el que la población sea inmune al dolor captado en las fotografías y vídeos; probablemente entonces el mundo vivirá otra transformación. Pero en el momento actual la imagen lo es todo. Si me haces la pregunta ¿habría cambiado la evolución de la pandemia si se hubiese facilitado el acceso de los medios a los centros sanitarios?, mi contestación es sí.
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