Vol. 20 - Num. 79
Editorial
aSección de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica. Servicio de Pediatría. Hospital Universitario 12 de Octubre. Madrid. España.
Correspondencia: I Carabaño. Correo electrónico: carabano1975@hotmail.com
Cómo citar este artículo: Carabaño Aguado I. ¿Menos es más? ¿Más es más? ¿O quién sabe? Rev Pediatr Aten Primaria. 2018;20:219-20.
Publicado en Internet: 19-09-2018 - Número de visitas: 7369
Durante unos años viajé al mundo de la gestión clínica. En aquel periplo por el universo de las cifras, no paré de escuchar aquello de que “menos es más”. Lo cierto es que mi día a día está anegado por este razonamiento, y no solo en el plano asistencial. Siempre fui de complicarme poco la vida. Intento no irme por las ramas y resolver sin complicaciones los problemas domésticos, los avatares del colegio de mis hijos, los sinsabores de lo cotidiano. Mi hermano siempre dice que la inteligencia es el arte de la concreción, y yo intento seguir ese precepto a pies juntillas. ¿Para qué despilfarrar tiempo, ilusión y energía en conjeturas y vericuetos?
En el trabajo, intento ser secuencial, prudente, concreto y ordenado a la hora de utilizar los medios diagnósticos. Eso se lo transmito a los residentes que rotan en mi actual centro de trabajo. Pero apoyarse en la sencillez no es algo precisamente fácil. José Hierro, uno de mis escritores favoritos, ya lo dejó dicho en aquel verso: “Tarde se aprende lo sencillo”1. Como cuesta tiempo, habrá que ponerse con ello y facilitar que los estudiantes de Medicina aprendan a emplear racionalmente los recursos sanitarios, digo yo. Para lo cual no estaría de más que tuvieran ciertas nociones de economía, por ejemplo. Pero eso es otro asunto.
Decía que mi periplo por el universo gestor fue muy revelador. Por primera vez tomé conciencia del valor de conceptos como el de “estancia media”, “peso medio”, “ratio consultas sucesivas/primeras”, “índice funcional”, “consultas de alta resolución”, etc. También tuve ocasión de hablar en calidad de responsable de un servicio pediátrico con muchas familias que me planteaban cosas importantes, algunas de las cuales entraban en conflicto con lo que yo tradicionalmente consideraba “trabajar bien”. Por ejemplo: hay padres que necesitan, para sentirse seguros, algún día más de estancia hospitalaria que la norma estándar (por ejemplo, una bronquiolitis no complicada implica una estancia hospitalaria media de tres días, pero hay familias que necesitan cuatro, o cinco, o seis). Este hecho evita los reingresos, otra de las palabras que inquietan a los gestores. Los reingresos quiebran potencialmente la confianza en una institución sanitaria concreta, pues generan la sensación (real o ilusoria) de que “a mi hijo le dieron el alta demasiado pronto”. Este es el claro ejemplo de que, en Medicina, no siempre “menos es más”, sino que a veces “más es más”.
Aún hay otra posibilidad. ¿A quién no le ha ocurrido aquello de haberse quedado con las ganas de pedirle alguna prueba complementaria a su paciente, que no encajaba totalmente con el diagnóstico más probable? ¿Y quién no ha visto cómo esa prueba que no le pidió era requerida en otro centro sanitario, que acabó dando con la clave del diagnóstico final? Es que, en definitiva, en ocasiones “menos es más”, otras veces “más es más” y otras ni lo sabemos2. Los gerentes siempre van a decantarse por la cultura del less is more. En parte, les puedo llegar a entender. Pero está claro, y eso es lo que ponen sobre la mesa M. R. Pavo García y C. Martínez González en este número de la Revista de Pediatría de Atención Primaria3, que el equilibro final de nuestras decisiones depende de una palabra: profesionalidad. Un robot podría hacer perfectamente el trabajo de un médico que se guía únicamente por la Medicina basada en pruebas. Pero jamás podrá sustituir la labor de un profesional médico que sabe cuándo debe desviarse de los algoritmos para elegir en un caso concreto la solución más apropiada.
Curiosamente, y sin que en Sanidad nos demos cuenta, en el mundo empresarial cada vez se está premiando más las llamadas soft skills, o “habilidades blandas”: empatía, trabajo en equipo, creatividad, adaptabilidad a los problemas. Un trabajador capacitado en estas habilidades tiene más probabilidad de promocionar profesionalmente que uno que atesora habilidades duras (ambición, competitividad, etc.), incluso cuando este último acredite un curriculum vitae mejor4. En Sanidad seguro que acabamos llegando a eso. ¿Los líderes con habilidades blandas conseguirán generar dinámicas de trabajo mejores? Quién sabe. En el mundo empresarial, desde luego, parece que estos grupos rinden más y mejor.
Creo que estamos a tiempo de reaccionar y de introducir en los itinerarios formativos de Medicina estas competencias relacionadas con la función ejecutiva cerebral (phronesis), y que tan vinculadas están con lo que las universidades españolas deberían aspirar a generar: buenos médicos. Pero, ya es la segunda vez que lo digo: esa es otra cuestión.
Un buen médico ha de mostrarse seguro de su práctica, y para ello debe estar correctamente formado. No solo eso, sino que ha de autoexigirse una constancia en su formación. Las instituciones en esto sí que han tomado nota. El Ministerio de Sanidad y las principales sociedades científicas están construyendo un cuerpo de prácticas tipo “no hacer” donde queden reflejadas todas aquellas prácticas cuya aplicación no haya demostrado utilidad para el paciente, sea espuria para el sistema y nociva para nuestro estado de bienestar. Ya lo anunciamos en números anteriores de esta revista: todos hemos de hacer autocrítica, evaluar nuestra actividad, ponderarla con las guías clínicas vigentes y diseñar acciones de mejora basadas en dicho análisis. Eso significa que hemos de cruzar el río hasta llegar a la “Medicina apropiada”. Eso sí: sin olvidar que a veces, solo a veces, lo conveniente es saltarse las reglas. O eso creo.
El autor declara no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
Comentarios
Este artículo aún no tiene comentarios.