Vol. 17 - Num. 65
A la Pediatría desde el Arte
aSección de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica. Servicio de Pediatría. Hospital Universitario 12 de Octubre. Madrid. España.
Correspondencia: I Carabaño. Correo electrónico: carabano1975@hotmail.com
Cómo citar este artículo: Carabaño Aguado I. La Virgen, el Niño y los pecadores arrepentidos. Anton Van Dyck, 1625 Niños jugando con un carnero. Antonio María Esquivel, 1843. Rev Pediatr Aten Primaria. 2015;17:93-4.
Publicado en Internet: 16-03-2015 - Número de visitas: 12929
La Contrarreforma católica puso un énfasis especial en el sacramento de la penitencia, como continuación del arrepentimiento. En este cuadro, sumamente expresivo, vemos a María Magdalena, suplicante y arrodillada, bajo un foco de blanca luz, en compañía del Rey David y el hijo pródigo. Frente a ellos, la Virgen María y Jesús, sumidos en la seriedad y con un aire reprendedor, se inclinan ante la pecadora.
Este hermoso cuadro, lleno de matices psicológicos, revela que Van Dyck ejecutó algunas de sus obras bajo el mecenazgo español. Queda patente así el buen paladar estético de los círculos cortesanos imperantes entre los llamados “grandes de España”.
La Virgen, el Niño y los pecadores arrepentidos, 1625.
Anton Van Dyck. Óleo sobre lienzo. 205 × 217 cm. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid (España).
Traemos a colación este cuadro por lo inesperado del acompañamiento de los tres zagales. Flamante, con una templanza y dignidad impropias de un bóvido, vemos un manso carnero que hace las veces de transportista de niños. Bien es cierto que estos parecen bastante tranquilos, y eso le aporta al animal un clima de confianza. Eso, o la vara que sostiene el chaval de la casaca roja.
Abundan los cuadros infantiles con compañía animal, pero es mucho más frecuente que la comparsa esté formada por tiernas ovejas, juguetones perros o por gallinas hiperactivas.
El sevillano Antonio María Esquivel fue uno de nuestros grandes retratistas decimonónicos. Como buen romántico, vivió sumido en una montaña rusa emocional que le llevó a rozar, sin éxito, el suicidio. El río Guadalquivir, que para Lorca tenía las barbas granate, le perdonó la vida, y gracias a eso siguió regalando a la posteridad su obra.
Niños jugando con un carnero, 1843.
Antonio María Esquivel. Óleo sobre lienzo. 138 × 187 cm. Museo del Romanticismo. Madrid (España).
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