Vol. 13 - Num. 52
Grupo PrevInfad/PAPPS Infancia y Adolescencia
Juan Pericas Boscha, Grupo PrevInfad/PAPPS Infancia y Adolescenciab
aPediatra. CAP La Mina. Sant Adrià de Besòs. Barcelona. España.
bJosé María Mengual Gil (coord.).
Correspondencia: J Pericas. Correo electrónico: jpericas@telefonica.net
Cómo citar este artículo: Pericas Bosch J, Grupo PrevInfad/PAPPS Infancia y Adolescencia. Cribado tuberculínico; prevención de la tuberculosis. Rev Pediatr Aten Primaria. 2011;13:611-28.
Publicado en Internet: 30-01-2012 - Número de visitas: 33147
Resumen
El cribado tuberculínico se utiliza para identificar, evaluar y poder tratar a las personas que tienen mayor riesgo de padecer una infección tuberculosa latente o de desarrollar la enfermedad tuberculosa una vez infectados por el M. tuberculosis. Se revisan los criterios, las indicaciones y la metodología del cribado tuberculínico para la detección de la infección tuberculosa y otras medidas disponibles en Atención Primaria para la prevención de la tuberculosis en la infancia y adolescencia, incluyendo el estudio de contactos de personas con infección tuberculosa y el tratamiento de la exposición a la tuberculosis y de la tuberculosis latente.
Palabras clave
● Prueba de la tuberculina ● Tuberculosis ● Tuberculosis latenteNota:
Grupo PrevInfad (AEPap): FJ. Sánchez Ruiz-Cabello, FJ. Soriano Faura, J. Colomer Revuelta, O. Cortés Rico, MJ. Esparza Olcina, J. Galbe Sánchez Ventura, J. García Aguado, A. Martínez Rubio, M. Merino Moína, CR. Pallás Alonso, J. Pericas Bosch.
A pesar de la disponibilidad desde hace décadas de tratamientos altamente eficaces, la tuberculosis (TBC) constituye un importante problema de salud pública en países en desarrollo y en bolsas de pobreza o marginación de los países desarrollados. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que un tercio de la población mundial (2000 millones de personas) está infectada, se producen casi nueve millones de nuevos casos cada año y mueren 1,5 millones de personas anualmente por TBC1. Se consideran países con alta endemia aquellos con tasas de TBC de 100/100 000 habitantes o más. En España, la incidencia de infección tuberculosa es de 18/100 000, según el Ministerio de Sanidad y Consumo (2005)2 y se estima una prevalencia del 1% a los 6-7 años y del 3% a los 13-14 años. La OMS estima para España una incidencia de 27/100 000. La media en países desarrollados es inferior a 10/100 000.
La infección tuberculosa se había ido limitando a sujetos de edad avanzada y grupos marginales con menor facilidad para difundirla entre la población general, pero la inmigración procedente de países con alta prevalencia de TBC y la extensión de la infección por VIH han incrementado los casos de TBC en población joven, socialmente más activa y por ello más capaz de contagiar a nuevos individuos. Los inmigrantes procedentes de países en desarrollo y los infectados por VIH constituyen dos grupos que carecen a menudo de una atención sanitaria adecuada, en especial en sus aspectos preventivos.
La infección en niños suele depender del contacto y exposición prolongada con un adulto con enfermedad activa, bacilífero. En nuestro medio, el 40% de los contagios se produce antes de los cuatro años; el 80%, antes de los 15, y el 95%, antes de los 25. El riesgo de desarrollar la enfermedad después de la primoinfección es de hasta un 10-15%, máximo durante el año que sigue a la infección y aún importante durante los primeros cinco años. Cuanto menor es la edad del paciente cuando resulta infectado, más probable es que desarrolle la enfermedad. El 40-50% de los menores de un año, el 24% de los niños de uno a cinco años y el 15% de los adolescentes van a desarrollarla en los 1-2 años después de la infección. También cuanto menores son los pacientes más frecuentes resultan las formas extrapulmonares.
En el texto utilizaremos repetidamente estos tres conceptos epidemiológicos:
El diagnóstico de infección3 se basa en el viraje tuberculínico (test de Mantoux), que demuestra la existencia de inmunidad celular, cuya positividad aparece entre dos y diez semanas tras la infección.
El cribado tuberculínico se utiliza para identificar, evaluar y poder tratar a las personas que tienen mayor riesgo de padecer una infección tuberculosa latente o de desarrollar la enfermedad tuberculosa una vez ya infectados por el M. tuberculosis. Las edades y la frecuencia con que debe efectuarse como cribado sistemático dependen de la prevalencia de la infección tuberculosa en el área o grupo en cuestión. Estará indicado también si existe exposición conocida o probable a TBC y ante clínica o radiología compatibles con TBC.
Inicialmente, la tuberculina de Koch se obtenía a partir de un cultivo hervido de bacilos tuberculosos. En la actualidad se utiliza un PPD obtenido por filtrado a partir de cultivo de Mycobacterium tuberculosis esterilizado y concentrado. La dosis se mide en unidades de tuberculina (UT). Actualmente, en nuestro medio se usa PPD RT-23 (2 UT/0,1 ml). Anteriormente se utilizó PPD CT-68 (5 UT/0,1 ml). Ambas son equivalentes a 5 UT patrón PPD–S (OMS, 1952). Debe conservarse en la oscuridad a 4 °C, evitando mezclarlo con otros viales para evitar confusiones (especialmente con vacunas que se conserven en la misma nevera). El vial debe agitarse antes de extraer cada dosis de tuberculina y esta debe inyectarse antes de 30 minutos después de cargada la jeringa. La solución contiene un estabilizador (Tween 80) que permite utilizar la tuberculina de un envase multidosis hasta agotarlo, mientras no se sobrepase la fecha de caducidad.
Se inyecta 0,1 ml de solución de PPD, intradérmicamente, en la cara anterior del antebrazo, con jeringa de insulina y aguja del calibre 26 o 27, con bisel corto, orientado hacia arriba. Debe producirse una pápula visible, de 6-10 mm, y no debe sangrar. Se recomienda retrasar algo la retirada de la aguja para minimizar la pérdida de antígeno. Si una dosis se administra incorrectamente, debe repetirse a algunos centímetros de distancia. La reacción alcanza un máximo a las 48-72 horas y puede permanecer algunos días. Debe leerse a las 72 horas (48-96) palpando y midiendo el diámetro transversal de la induración que presente, no del eritema, que carece de significación. Se ha de registrar el resultado en milímetros aunque sea 0 mm (no “positivo” o “negativo”). Ha de ser practicada e interpretada por un profesional sanitario entrenado, por lo que no debe confiarse en la lectura por el propio paciente o sus familiares. Se recomienda no cubrir el lugar del pinchazo con un apósito y no rascarse el brazo si existe picor (puede aplicarse una compresa fría). Puede lavarse y secarse normalmente la zona de la punción.
La prueba de la tuberculina carece de contraindicaciones y no produce sensibilización, por lo que su repetición no induce induración en un individuo nunca infectado. Existen falsos positivos y negativos en las circunstancias que se muestran en las tablas 1 y 2.
Las vacunas vivas atenuadas (sarampión, rubeola, parotiditis, varicela, polio oral, fiebre amarilla, BCG y tifoidea oral) pueden suprimir la respuesta a la tuberculina. Ya que esta supresión no se produce en las 48 horas posteriores a la administración de la vacuna triple vírica, el PPD debe efectuarse simultáneamente a la vacuna o un mes después.
Un PPD negativo no excluye totalmente la TBC. Hasta un 10-20% de niños con infección tuberculosa demostrada por cultivo no reaccionan inicialmente a la prueba, aunque sí lo hacen, en su mayoría, posteriormente. En las diseminaciones hematógenas este porcentaje de falsos negativos iniciales puede llegar hasta el 50%, por la anergia inducida por la propia infección. En los infectados por VIH depende de su grado de inmunosupresión.
Un inconveniente del PPD es que el derivado proteico no es específico del Mycobacterium tuberculosis, lo que reduce la especificidad de la prueba de la tuberculina. Si la prevalencia de infecciones por micobacterias atípicas es alta, parte de las reacciones positivas se deberán a infecciones por esas micobacterias. Los falsos positivos por esta causa no son frecuentes en nuestro país y pocas veces resultarán superiores a 5-10 mm.
Más dudas plantea la posibilidad de falsos positivos por vacuna BCG previa. La positividad del PPD se desvanece con el tiempo y raramente es mayor de 15 mm. Si resulta mayor de 15 mm o si, aun con resultados menores, existe sospecha clínica de TBC o se conoce la exposición a un caso, debe actuarse según el resultado de la prueba, independientemente del antecedente de BCG. En los vacunados expuestos a un bacilífero el VPP de un resultado de 5 mm es del 72%, y la prueba debe considerarse positiva. Se considera también infectado si aparece vesiculación o necrosis o si proviene de un país con alta prevalencia de TBC. Solo suelen haber dudas en pacientes asintomáticos, vacunados menos de cinco años antes, sin exposición conocida o probable. En los pacientes vacunados las pruebas in vitro de liberación de interferón-gamma (IGRA) resultan negativas, mientras que los infectados son IGRA+. Ello puede ayudar en la toma de decisiones.
No debe repetirse la prueba si existe el antecedente de una prueba positiva anterior, independientemente de su tamaño y del tiempo transcurrido desde entonces, pues el efecto booster puede amplificar el resultado del test y llevar a conclusiones erróneas. La tuberculina no sensibiliza aunque se practique más de una vez, por lo que si resulta positiva en quien anteriormente tenía una prueba negativa, permite suponer que ha existido una infección tuberculosa.
Se considera convertor o viraje tuberculínico reciente el paso en menos de dos años de negativo a positivo o el incremento del diámetro de la induración de 6 mm o más. Este hecho tiene implicaciones: supone infección también reciente; implica alto riesgo de desarrollar enfermedad TBC; y obliga a buscar individuos bacilíferos entre los contactos.
Con el paso del tiempo, en el infectado de TBC se debilita la respuesta a la tuberculina y el resultado de la prueba puede hacerse negativo. Pero la capacidad de respuesta persiste y el PPD puede actuar como estímulo (efecto booster) y una segunda prueba practicada poco después resultar positiva. Este efecto aparece al menos siete días tras la primera prueba considerada como negativa y suele durar un año tras esa prueba, pero puede persistir durante muchos más. Para descartar que la prueba negativa se deba no a ausencia de infección sino a debilitamiento de la respuesta, se practica una segunda prueba 7-10 días después y el resultado de esta segunda prueba será el que se tendrá en consideración. Si es positiva se atribuirá al efecto booster, evitando un falso diagnóstico de convertor en el futuro. Si es negativa se considerará no infectado hasta la fecha y un posible resultado positivo más adelante sí permitirá diagnosticarlo de conversión tuberculínica.
La infección tuberculínica se presenta sobre todo en la infancia o la juventud y el debilitamiento de la respuesta tiene lugar habitualmente en edades avanzadas (> 55 años). Pero como puede presentarse antes, en sujetos en quienes va a tener que repetirse la prueba frecuentemente por su mayor riesgo de contraer o transmitir la TBC (maestros, personal sanitario, etc.), si la primera prueba efectuada es negativa se recomienda repetirla a los 7-10 días y aceptar como definitivo este segundo resultado. Se haría así, por ejemplo, en un profesional sanitario al iniciar su actividad laboral, para evitar posteriormente la confusión con una conversión atribuible a una infección reciente en futuras pruebas.
La sensibilidad tuberculínica por vacunación BCG se debilita más pronto que la debida a la infección natural. Por ello, en vacunados de cualquier edad en que la prueba resulte negativa, la repetición de la prueba a los 7-10 días permitirá comprobar el efecto booster. La infección por micobacterias atípicas se comporta, en este sentido, como la BCG.
En los últimos años se han investigado métodos diagnósticos basados en la cuantificación de la respuesta inmune celular4. Estos métodos, denominados interferon-gamma release assays (IGRA) detectan la liberación de interferón-gamma en respuesta a antígenos micobacterianos y miden la respuesta inmune a estos antígenos en sangre periférica. La primera generación de quantiFERON- TB, aprobada por la FDA en 2001, medía la liberación de interferón-gamma en respuesta al PPD. En 2004 se aprobó la segunda generación del test, quantiFERON-TB Gold, que no emplea PPD sino antígenos más específicos, que no se encuentran en las cepas que contiene la BCG ni en la mayoría de micobacterias atípicas. La otra técnica disponible actualmente (T-SPOT.TB), mide el número de células que liberan interferón gama. T-SPOT.TB es algo más sensible que la prueba de la tuberculina en el estudio de contactos, mientras que QuantiFERON- TB Gold tiene una sensibilidad similar.
Tienen las ventajas, frente a la prueba de la tuberculina, de no verse afectados por la BCG y la mayoría de micobacterias no tuberculosas, requerir una sola visita, no originar efecto booster, por lo que puede ser preferible cuando se necesiten controles seriados, y ser menos sensibles a los sesgos inherentes a la lectura de la prueba de la tuberculina. Las desventajas principales son la necesidad de una muestra de sangre, que además debe procesarse en pocas horas, y la falta de datos referentes a su empleo en menores de cinco años.
En adultos, para el diagnóstico de la infección TBC la sensibilidad y especificidad de estas pruebas es de más del 90%. Para el diagnóstico de la enfermedad, la sensibilidad es algo menor por la depresión inmunitaria que la propia enfermedad comporta. En niños se dispone de menos estudios. Un test negativo, al igual que un PPD negativo, no excluye con seguridad la presencia de ITL o de enfermedad tuberculosa. Los IGRAs tampoco permiten diferenciar entre ITL y enfermedad tuberculosa activa y, al igual que con el Mantoux, son necesarias otras pruebas para poderla descartar o confirmar.
La estrategia debe orientarse a encontrar, para ofrecerles tratamiento, a las personas con infección tuberculosa latente que se encuentren en mayor riesgo para desarrollar la enfermedad. En general, las personas con mayor riesgo para desarrollar la enfermedad tuberculosa son las que tienen una mayor posibilidad de exposición a individuos enfermos de TBC y aquellas cuyas condiciones clínicas u otros factores se asocian a un incremento del riesgo de progresar de infección a enfermedad tuberculosa.
El valor predictivo de una prueba de cribado depende de su sensibilidad y especificidad, teóricamente valores fijos, y de la prevalencia de la enfermedad a detectar. El VPP aumenta con la prevalencia de la enfermedad. Por ello, en poblaciones con baja prevalencia (baja tasa de positividad tuberculínica) no está indicado el cribado sistemático ya que, además de haber pocos positivos, en su mayoría serían falsos positivos. Para aumentar su VPP el test debe practicarse solo en grupos de alto riesgo, con mayor prevalencia que en la población general. Su sensibilidad y especificidad dependerán, por otra parte, de donde se establezcan los puntos de corte para considerarlo positivo o negativo.
Se recomienda efectuarlo si hay tasas superiores al 1% a los seis años. En España, salvo en algunas bolsas de pobreza o población marginal, la prevalencia de la infección tuberculosa a esta edad es inferior a esa cifra y no se recomienda el cribado sistemático. Podría plantearse a los 13-14 años, cuando la prevalencia ya es algo mayor (3%). Las edades óptimas y la periodicidad con que se practicará dependerán de las circunstancias locales, pero indicaciones generalmente aceptadas son:
La tabla 3 recoge las indicaciones para la práctica de la prueba de la tuberculina en niños y adolescentes propuestas por el documento de consenso (2009) de la Sociedad Española de Infectología Pediátrica y la Sociedad Española de Neumología Pediátrica.
En estos casos el cribado se hará de manera oportunista, repitiéndose según las posibilidades y las prioridades establecidas localmente. Las recomendaciones varían según la fuente de la que emanan pero todas incluyen:
Los inmigrantes5 que llegan a nuestro país proceden mayoritariamente de países de renta baja donde las tasas de infección y enfermedad tuberculosa son elevadas. Por ello, estos niños deben considerarse un grupo de riesgo y está indicado tanto el cribado de la infección como la búsqueda activa de la enfermedad. Se recomienda la prueba de la tuberculina:
Si han sido vacunados con BCG y el PPD es negativo, ya que en este colectivo se prevé un seguimiento periódico, se recomienda efectuar una segunda prueba 7-15 días después para ver si la primera provoca un efecto booster. En este caso el diámetro de la segunda prueba será habitualmente superior a 5 mm sin que suponga una infección reciente y servirá de valor de referencia para pruebas sucesivas.
Aunque no se recomienda la búsqueda activa de casos en niños no pertenecientes a los grupos de riesgo y sin síntomas clínicos sugestivos de TBC, algunos autores recomiendan la práctica de una prueba de tuberculina en los adolescentes de 14-16 años, excluyendo a los que se saben ya positivos, ya que a esta edad el riesgo de infección se eleva significativamente. Se considera que así podría de tectarse el 80% de la población infectada. En la mayoría de los adolescentes resultará negativa pero les servirá de referencia para el diagnóstico de cuadros clínicos compatibles con TBC que puedan aparecer posteriormente.
Las recomendaciones de los distintos grupos de expertos difieren según el entorno en que se efectúan esas recomendaciones. Los principales factores a considerar al establecer los criterios de positividad para la prueba de la tuberculina son:
Si la prevalencia de infección tuberculosa en la población o grupo al que pertenece el sujeto es baja, la mayoría de pruebas positivas corresponderán a falsos positivos. Por el contrario, cuanto mayor sea la prevalencia, más pruebas positivas lo serán por una verdadera infección. Si la prevalencia de infecciones por micobacterias atípicas es alta, parte de las reacciones positivas a la prueba de la tuberculina se deberán a infecciones por micobacterias atípicas.
En función de la sensibilidad y especificidad de la prueba de tuberculina y de la prevalencia de tuberculosis en los distintos grupos de población, los CDC (EE. UU.) establecen tres puntos de corte para definir una reacción positiva a la tuberculina:
La American Academy of Pediatrics considera el PPD positivo en los siguientes casos6:
El documento7 de consenso (2009) de la Sociedad Española de Infectología Pediátrica y la Sociedad Española de Neumología Pediátrica establece dos puntos de corte de positividad de la prueba de la tuberculina, situando el dintel en un menor tamaño (5 mm) para niños con riesgo elevado de desarrollar la enfermedad y un mayor tamaño (10 mm) para niños en situación de menor riesgo (tabla 4).
En relación al diagnóstico de la ITL mediante Quantiferon Gold y T-SPOT-TB establece las siguientes recomendaciones:
Las medidas preventivas8-9 en relación a la TBC incluyen:
La disminución de la exposición a la TBC se lograría reduciendo el número de enfermos contagiosos mediante la búsqueda activa de infectados y enfermos en los grupos de riesgo y la sospecha clínica en individuos de la población general. En ambos casos se efectuará el diagnóstico y tratamiento adecuados y se aislarán mientras sean bacilíferos. La TBC es una enfermedad de declaración obligatoria individualizada y nominal.
La detección y tratamiento de la ITL son importantes en el control de la TBC, pero el cribado universal no es eficiente y no se recomienda su práctica sistemática, debiendo reservarse para grupos de riesgo. En nuestro entorno constituyen grupos de riesgo tributarios de especial énfasis en la sospecha clínica y de controles periódicos de tuberculina:
Arbitrariamente, se consideran grupos o poblaciones de riesgo aquellos en los que la incidencia de casos de TBC es mayor de 100/100 000 o netamente superior a la propia de su comunidad. En el caso de los niños, se incluyen en los grupos de alto riesgo:
En los niños de estos grupos de riesgo se aconseja:
El estudio de contactos10-12 a partir de un caso índice tiene como objetivos:
El diagnóstico de una infección tuberculosa en un niño obliga a buscar otros casos entre sus contactos ya que hasta el 50% de contactos íntimos de un bacilífero pueden estar infectados. Deben estudiarse los contactos de todas las formas de TBC, pulmonares o extrapulmonares, siendo prioritarios los contactos de enfermos con baciloscopia positiva (máxima prioridad), menores de 15 años PPD+; y convertores recientes.
Prioridades en el estudio de contactos:
La pauta de estudio (figura 1) es la siguiente:
En las TBC primarias, propias de niños y jóvenes, el diagnóstico bacteriológico es más difícil al ser lesiones cerradas, con escasa población bacilar. En estos casos, el antecedente de contacto con un tuberculoso, si existe clínica o radiología sugestiva y el PPD positivo, bastan para el diagnóstico. En niños pequeños, el TC torácico13 puede resultar de ayuda.
Antes llamado quimioprofilaxis primaria, pretende prevenir la infección en un individuo no infectado y por ello PPD–, expuesto de forma estrecha o continuada a un bacilífero14. Está indicado en sujetos PPD– de cualquier edad y resulta obligado en los niños. En los menores de cinco años, con máximo riesgo de infectarse tras la exposición, se recomienda además la separación del foco TBC durante las primeras semanas de profilaxis.
Se administra isoniazida a 5 mg/kg/día, máximo 300 mg/día, en dosis única por la mañana en ayunas, hasta 2-3 meses tras cesar el contacto con el enfermo o dejar este de ser contagioso. Se repite el PPD en ese momento, suspendiéndose la isoniazida si cumple todas estas condiciones:
Si el PPD se ha positivizado y la radiología y la clínica permiten descartar enfermedad TBC, se continuará como en el tratamiento de la infección tuberculosa latente. Si la clínica o la radiología sugieren enfermedad TBC se tratará según las pautas de quimioterapia establecidas para ello (figura 1).
Antes llamado quimioprofilaxis secundaria, pretende prevenir la aparición de enfermedad en un sujeto infectado, PPD+, tras descartar la presencia de enfermedad activa15-16. Su eficacia es superior al 90% en la prevención de la enfermedad TBC. El máximo riesgo de pasar de infectado a enfermo se da en niños, adolescentes, infectados recientemente y personas con depresión de la inmunidad celular, por lo que sus indicaciones incluyen:
Se usa también isoniazida, 5 mg/kg/día hasta 300 mg/día, con una duración óptima de nueve meses (recomendada en niños), aunque con seis meses se consigue una protección aceptable (69%) y se facilita el cumplimiento. En niños con factores de riesgo (familiares bacilíferos, inmunodeprimidos o virajes recientes) debe mantenerse nueve meses. En infectados por VIH, hasta 12 meses. No tiene ventajas alargarlo más de 12 meses, excepto en niños PPD+ que tras completar el TIL reciban corticoides o inmunosupresores de forma prolongada, en cuyo caso se mantendrá hasta terminar ese tratamiento. El TIL no está indicado en individuos PPD+ ya tratados con tuberculostáticos, aun de forma incorrecta o incompleta, sea por infección o por enfermedad TBC.
Antes de comenzar debe asegurarse no estar ya ante un enfermo. No es una situación urgente y deben completarse previamente los estudios pertinentes. Existe a veces la duda de si se está tratando con monoterapia una enfermedad tuberculosa inadvertida, sobre todo en formas extrapulmonares, niños pequeños o inmunodeprimidos. Se están estudiando, por ello, asociaciones de fármacos, como la pauta de seis meses de isoniazida y rifampicina a las dosis habituales en un solo preparado. Algunos autores proponen profilaxis con isoniazida y rifampicina en menores de cinco años con contagio doméstico y PPD+, especialmente si este es mayor de 12 mm o existe vesiculación o necrosis, por el alto riesgo de diseminación, las dificultades diagnósticas propias de esa edad y el peligro de una monoterapia inadvertida. Ambos fármacos se mantendrían al menos 6-8 semanas, tiempo en el que se minimizaría la población bacilar. Después, si ni la clínica ni la radiología son sugestivas de enfermedad TBC, se seguiría con solo isoniazida.
Los niños de pocos años PPD+ es posible que tengan ya la enfermedad aunque se encuentren asintomáticos y con radiología de tórax normal. En este grupo de niños algunos autores recomiendan un TC torácico13. No existe consenso y debe considerarse la radiación que supone el TC y la probable necesidad de sedación.
Los efectos adversos del TIL con isoniazida, principalmente hepatotoxicidad, son infrecuentes. En el 10-20% de pacientes que la reciben aparecen elevaciones asintomáticas de las transaminasas. Es aceptable un aumento de hasta cinco veces los valores normales en pacientes sin síntomas clínicos de hepatitis, siempre que la bilirrubina sérica permanezca normal. Se presenta hepatitis clínica en el 0,1% de pacientes tratados con isoniazida. El riesgo aumenta con la edad, la presencia de hepatopatía previa y el consumo de alcohol, por lo que la TIL se restringe a partir de los 35 años salvo en infectados por VIH, en quienes los beneficios superan el riesgo. Los niños no precisan pruebas hepáticas ni antes ni durante el TIL, salvo hepatopatía previa conocida o signos de toxicidad.
Es importante el control regular en la consulta, interrogando sobre el cumplimiento, toxicidad o clínica de TBC, y reforzando la importancia de completar el tratamiento. No es preciso repetir la radiografía si la efectuada al iniciar el tratamiento fue normal y el niño sigue asintomático.
Los autores declaran no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
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