Vol. 13 - Num. 20
Mesa redonda
aPediatra. CS Villablanca. Madrid. España.
Cómo citar este artículo: Martínez González C. “No puedo con mi hijo” (el niño tirano, modelo de padres, la educación infantil…). Perfil del pediatra ante los nuevos retos en educación. Rev Pediatr Aten Primaria. Supl. 2011;(20):83-9.
Publicado en Internet: 18-11-2011 - Número de visitas: 12391
La expresión “hijo tirano” es tan disonante como “padre desobediente”. Atribuye una capacidad que no debe tener un hijo, de la misma manera que es inadecuada la relación de obediencia de padres a hijos.
Tirano es alguien que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia; también el que impone ese poder y superioridad en grado extraordinario. En este sentido, aceptar este adjetivo en la infancia es casi entonar un mea culpa de los adultos en cuanto al reconocimiento de una incapacidad de contención y una inversión de roles, porque poder y fuerza son condiciones de adulto, capacidades para influir en la propia vida o en la de los demás, que usadas positivamente generan crecimiento. No son sinónimos de abuso ni de violencia.
Si en los primeros años un niño se siente poderoso en vez de protegido, algo importante está fallando en su entorno y repercutiendo negativamente en la construcción de su personalidad y en la formación de ese carácter que no es solo innato ni solo biológico, sino que se forja en la interacción afectiva y educativa. Obviamente, un niño no es solo un trozo de arcilla, pero necesita moldearse, construir su identidad en la interacción con los adultos, en un marco de amor, autoridad y coherencia1. Requiere presencia física y accesibilidad, estabilidad en el núcleo de convivencia, predictibilidad de sus rutinas, continuidad en la relación con los padres o cuidadores y, algo muy importante, existencia y coherencia de normas educativas y límites. Necesita educación en sentido amplio, que además es una herramienta de prevención única, porque educar y capacitar en cada etapa siempre es mejor y más fácil que rehabilitar y reeducar posteriormente2.
En las últimas décadas hemos vivido cambios muy importantes no solo en la composición o estructura del núcleo familiar, sino en la forma de entender los deberes y las responsabilidades en la vida en general y en la familia en particular. Estos cambios pueden generar grandes dificultades en los padres para establecer un balance adecuado entre autoridad y afectividad, de forma que a veces parece que el afecto es incompatible con el establecimiento de normas y límites, que no solo son una necesidad sino también un derecho de los hijos para su formación física, psicológica y social. En este contexto observamos algunos hechos que contribuyen a estas dificultades:
Las teorías neurológicas y genéticas que inciden en los aspectos etiológicos de la conducta infantil ofrecen explicaciones parciales, planteando a nivel teórico el clásico dilema determinista entre factores biológicos y factores ambientales. Pero en la realidad, siempre contextual, se solapan múltiples factores, y en la práctica como pediatras “de cabecera”, el hecho de conocer la dinámica familiar y la posibilidad de realizar una anamnesis sencilla de las normas familiares y su coherencia, aporta más claves sobre el origen de muchos problemas que ninguna prueba o teoría.
En muchas familias los pediatras reconocemos en la historia clínica retrospectivamente una cronología del “no puedo”. Quejas recogidas en múltiples consultas de esos padres poco capaces de contener las vicisitudes de la crianza y asumir la iniciativa en la educación de sus hijos a lo largo del desarrollo. “No puedo, llora mucho”, frecuente en los primeros meses; “no puedo, no me come”, en la etapa de diversificación alimentaria; “no puedo, es muy activo”, durante la escolarización; “no puedo, se porta muy mal” al inicio de la adolescencia. Y tras esa gestación de varios años nace un tipo concreto de adolescente.
Los pediatras presenciamos este desarrollo con dos limitaciones importantes. La primera es una carencia de formación en estilos de crianza, pautas educativas o psicología básica infantil. A pesar de lo cual, probablemente todos coincidiríamos en afirmar que frente a la diversidad actual de valores y familias hay una tendencia homogeneizadora, quizá favorecida por los medios audiovisuales, hacia un patrón de niño con un ego débil (lleno de deseos insatisfechos, sobreexcitado e hiperestimulado) y un superyo poco firme. Simplificando: niños con una excesiva estimulación, escasas inhibiciones internas y autoridades externas, y poca autoexigencia.
La segunda limitación, más bien un marco para nuestro trabajo, es la necesidad de reconocer que no somos profesionales de salud mental, psicólogos, pedagogos ni padres de nuestros pacientes. Modesta y adecuada actitud, necesaria para restringir el ingenuo ímpetu de querer modificar sustancialmente muchas realidades.
Sin embargo, en nuestro observatorio privilegiado del desarrollo infantil y las dinámicas familiares desde el nacimiento hasta la adolescencia, tenemos una obligada tarea situada entre la observación, el acompañamiento, el consejo psicológico, la contención, la orientación y la normalización de muchos problemas que solo requieren mayor implicación de los padres en las pautas educativas:
También políticamente incorrecto puede ser darle un sitio a conceptos como responsabilidad y culpa. Pero es indeludible que en la construcción de la personalidad de un niño difícil, futuro adolescente con problemas de conducta, existen distintas responsabilidades. Una responsabilidad despersonalizada y anómica de esta sociedad, que tiende a la desaparición de límites e inhibiciones, cada vez menos intersubjetiva y más audiovisual. Sociedad que no ayuda a pensar ni a madurar, sino a llenar el espacio mental con una diversión fácil que proporciona gratificación inmediata, en detrimento del tiempo subjetivo y de relación personal.
Otra responsabilidad que no debe quedar diluida ni anomizada es la de esos padres molestos con los inconvenientes de educar, que no han sabido o no han querido asumir la parte necesaria de la educación que tiene que ver con el deber, la responsabilidad, el respeto al otro, el cumplimiento de normas, el esfuerzo personal o la contención de los impulsos7.
Y una responsabilidad individual, que debe conllevar algún tipo de acto reparador, ya sea verbal como pedir perdón en los más pequeños, económico como pagar un desperfecto con la paga semanal en los medianos, o social como realizar un trabajo para la comunidad tras cometer un acto predelictivo en los adolescentes. Porque solo es responsable aquel que se hace cargo de las consecuencias de sus actos.
En la convicción de que no hay padres ni hijos perfectos, estas reflexiones quizá ayuden a entender algunos aspectos de la construcción familiar, social y moral del adolescente normal que:
Finalmente, en la capacitación del pediatra falta una formación básica, pero rigurosa, en las competencias psicosociales necesarias para tener una visión de la infancia en todas sus etapas. Hemos focalizado la atención y la formación en la adolescencia, etapa que solo se puede entender en función del desarrollo moral, psicológico y afectivo de las anteriores.
Cuestión indudable es que debemos acompañar y asesorar a los padres a buscar el equilibrio entre establecimiento de normas y el ejercicio progresivo de la libertad, con la finalidad de conseguir la máxima autonomía y madurez de sus hijos, desde el respeto a las diferentes culturas y familias.
La autora declara no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
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