Vol. 13 - Num. 20
Mesa redonda
aDirectora de la Fundación para el Fomento de la Salud. Igualada. Barcelona. España.
Cómo citar este artículo: Panisello Royo J. Nutrición e inversión en salud: microbioma y probióticos (los probióticos en la prevención y el tratamiento de enfermedades pediátricas; evidencias científicas). Rev Pediatr Aten Primaria. Supl. 2011;(20):25-41.
Publicado en Internet: 18-11-2011 - Número de visitas: 23757
El intestino humano -que podríamos denominar el “patito feo” de nuestro organismo- es una de las partes de nuestro cuerpo que más sorpresas nos está deparando a medida que empezamos a entenderlo como lo que es: un órgano realmente fascinante que funciona como un ente dinámico del que aún sabemos muy poco. Es más que probable que los contenidos que hoy desgranamos queden obsoletos en el próximo bienio; así pues, este tema requerirá un especial esfuerzo de formación continuada por nuestra parte.
El intestino humano es el hogar de una cantidad inconcebible de bacterias, más de diez millones de ellas. En general, la relación humano-bacteria suele ser de mutualismo -beneficio para ambos- antes que de comensalismo. De hecho, nuestro bagaje está integrado tanto por el genoma propiamente humano como por el microbioma, que integra a los genomas de nuestro socios microbianos y cuyo número puede llegar a ser 100 veces el nuestro. Al conjunto del genoma humano y del genoma de los distintos microorganismos que nos habitan lo denominamos el metagenoma humano.
Consecuentemente, podemos decir que los humanos somos superorganismos cuyo metabolismo representa una amalgama de propiedades microbianas y humanas.
Los probióticos, microorganismos vivos o componentes celulares microbianos, que tienen efectos beneficiosos sobre la salud y el bienestar del huésped han demostrado ser efectivos en el tratamiento de gastroenteritis aguda vírica en niños sanos y en la prevención de la diarrea asociada a antibióticos. Hay cierta evidencia de que en neonatos de 1000-1500 g previenen la enterocolitis necrotizante. En la prevención de otras entidades como la dermatitis atópica, los resultados son esperanzadores, pero necesitan confirmación. En la enfermedad inflamatoria intestinal, en el síndrome del intestino irritable y en el cólico del lactante, hasta la actualidad, el empleo de probióticos no ha demostrado efectos terapéuticos. En niños con constipación crónica, la utilización de probióticos como Bifidobacterius lactis DN 173 000 no ha demostrado beneficio alguno, ni tan siquiera los leves aumentos de tránsito que pueden darse en adultos. No podemos dejar de decir que casi la totalidad de los estudios actuales son previos a la secuenciación metagenómica de la flora intestinal, que ha permitido identificar la existencia de tres enterotipos, en cada uno de los cuales predomina un tipo de bacteria diferente. El enterotipo A estaría dominado en un 20-30% por las bacteroides. En el enterotipo B dominaría la prevoleta, en un 10-12%. En el enterotipo C, predomina el rominococo. El enterotipo 1 produce más enzimas que sintetizan vitamina B7 (biotina), mientras que el enterotipo 2 tiene mayor cantidad de enzimas involucradas en la síntesis de vitamina B1 (tiamina). Esta dominancia condicionaría el equilibrio intestinal respecto al resto de bacterias que habitan en el intestin, de ahí que una misma patología pueda requerir tratamientos diferentes según el tipo al que pertenezca el enfermo.
El intestino es un órgano inmenso -su superficie podría cubrir todo un campo reglamentario de fútbol- por el que circulan gran volumen de alimentos, sustancias químicas y microorganismos, es el anfitrión de una microbiota ciertamente compleja. Conocemos la importancia que tienen las características del tránsito de su contenido para que tanto las funciones de secreción como las de digestión y absorción se realicen correctamente permitiendo una óptima absorción de nutrientes, electrolitos y agua, de forma que finalmente se expulsen solamente los productos de desecho. Amén de esta función, hemos de recordar que es el principal órgano del sistema inmunitario, un órgano que debe realizar una oportuna labor de muestreo del ambiente intestinal que le permita mantener un difícil equilibrio que controle con firmeza los microorganismos patógenos, al tiempo que tolera a los comensales y da respuestas proporcionadas frente a la multitud de antígenos con los que tiene contacto. Por otra parte, no podemos olvidar que el intestino mantiene un constante intercambio de información con el cerebro y con otros órganos a través de una compleja red de señales nerviosas, fundamentalmente aferentes al cerebro, metabólicas, y endocrinas. Recordemos que el sistema nervioso entérico es un vasto almacén químico en el que encontramos representados todos y cada una de las clases de neurotransmisores que operan en nuestro cerebro y que hemos dado en llamar “segundo cerebro o cerebro entérico”.
El tracto gastrointestinal (TGI) humano adulto contiene los tres dominios de la vida: Archae, Bacteria y Eukarya. Las bacterias que habitan en el intestino alcanzan las mayores densidades celulares registradas en cualquier ecosistema. Dominan este ecosistema la Cytophaga-Flavobacterium-Bacterioides (CFB) y Firmicutes, siendo las protobacterias comunes pero no dominantes. La composición de la flora intestinal varía según la parte de intestino, de forma que en los tramos altos (estómago, duodeno y yeyuno) hay pocas especies adheridas al epitelio, mientras que en los bajos (íleon y colon) pueden llegar a 10-12 células por gramo de contenido luminal, lo cual supone entre 900 y 1800 g de bacterias vivas en la luz intestinal.
La colonización del tracto intestinal depende de múltiples factores, entre los que destacan la colonización materna, el tipo de parto, el tipo de lactancia, el país donde se vive, el empleo de antibióticos y algunos otros.
La profundización en el estudio de la microbiota intestinal se basó hasta la anterior década en las mejoras de los procedimientos de enriquecimiento y en los sistemas para generar ambientes anaerobios que permitían aislar microorganismos que después se tipificaban y caracterizaban mediante la combinación de diversos ensayos fenotípicos. El empleo de técnicas de cultivo, las únicas disponibles hasta hace pocos años, parecía sugerir que el 85-95% de los microorganismos del TGI se podrían englobar en un máximo de 40 especies que constituirían la microbiota normal. En los últimos años, las técnicas relacionadas con el gen 16S rRNA han revolucionado la visión proporcionada por los conocimientos basados en los medios de cultivo. De hecho, a partir de las secuencias depositadas en la base de datos de GenBank correspondiente a bacterias del intestino humano, se puede decir que podrían coexistir en el intestino humano más de 7000 cepas pertenecientes al menos a 800 especies distintas. La secuenciación metagenómica nos ha permitido conocer que la población occidental sana tiene tres enterotipos distintos, denominados A, B y C.
Las funciones de la flora intestinal son fundamentalmente las metabólicas, y las de efecto protector y trófico.
En el ciego y en el colon derecho se produce sobre todo fermentación de hidratos de carbono con producción de hidratos de carbono de cadena corta, lo que condiciona un pH ácido y un rápido crecimiento bacteriano de las propias bacterias (BFD y LB) que lo han producido. El género BFD va a favorecer la síntesis de vitaminas B6, B12, tiamina, ácido fólico y ácido nicotínico. Por otra parte, los ácidos grasos de cadena corta (AGCC) comportan un pH ácido en el ciego que aumenta la absorción de calcio, hierro y magnesio por difusión pasiva. Este pH ácido favorece la conversión de amoniaco en amonio, con lo que hay un aumento de la excreción fecal del mismo y descenso de la uremia. Las BFD y Clostridium producen fitasas que logran la desfosforilación del ácido fítico de la fibra alimentaria de cereales y soja (hexafosfato de mioinositol), gracias a lo cual se evita la formación de cargas negativas, con lo que se unen a cationes como calcio, hierro o zinc y mejoran su biodisponibilidad. Entre otras funciones metabólicas de los AGCC (butirato), encontramos la de aportar un 60-70% de la energía que necesita el epitelio, y del tejido muscular (acetato) y del hígado (propionato).
También la acción metabólica de la flora intestinal conduce a disminuir los niveles lipídicos de colesterol por tres vías distintas que comentaremos en las jornadas.
Los microorganismos, que se distribuyen ubicuamente, son factores muy importantes en la salud global de los seres humanos y en la del propio planeta Tierra. De hecho, la idea de que las bacterias pueden afectar a la salud es muy antigua y, en este contexto, la menor incidencia de infecciones gastrointestinales que tienen los niños alimentados con leche materna se atribuyó a variaciones en su flora intestinal. La tecnología de los alimentos y la mayor participación de la industria han contribuido al gran interés que hay en la actualidad hacia los ingredientes alimentarios que contienen bacterias beneficiosas y/o que promueven su crecimiento.
Son microorganismos vivos o componentes celulares microbianos, que tienen efectos beneficiosos sobre la salud y el bienestar del huésped. Estas sustancias pueden administrarse como complemento nutricional/medicamento o bien incluirse en alimentos, fundamentalmente en forma de productos lácteos fermentados. Los probióticos más estudiados son las especies de Lactobacilli y Bifidobacterias y también levaduras (Saccharomyces boulardii o cerevisae). Los requisitos que debe cumplir una bacteria para ser considerada un probiótico son:
Son ingredientes alimentarios no digeribles que afectan beneficiosamente al huésped mediante la estimulación selectiva del crecimiento y/o actividad del número limitado de las bacterias del colon. Los requisitos que debe cumplir un componente alimenticio para ser considerado prebiótico son:
Los prebióticos utilizados son fundamentalmente inulina, fructooligosacáridos (FOS) y galactooligosacáridos (GOS). Para el lactante, el suministro natural de oligosacáridos es a través de la leche materna; posteriormente, la fuente dietética natural más importante de prebióticos serán las cebollas y demás alliáceos, los espárragos y otros grupos de verduras. Tal como decíamos, todos estos ingredientes sufren la fermentación bacteriana en el colon, suministrando energía y nutrientes para la proliferación de bifidobacterias y de Lactobacilluss y para el crecimiento de la propia mucosa intestinal.
Aunque en algunas publicaciones encontramos a los componentes de la fibra soluble (pectinas, gomas y mucílagos), en realidad son alimentos colónicos; es decir, alimentos que alcanzan el colon sin ser modificados y que estimulan el crecimiento de todas las bacterias que allí aniden, no solo de las beneficiosas. Nos referimos fundamentalmente a ellos cuando hablamos de los prebióticos de la avena (y otros cereales), de las legumbres, de los cítricos y de las manzanas.
Estos combinan en sus formulaciones la unión de prebióticos y probióticos, combinando en consecuencia sus efectos favorables.
Diferentes estudios1-8 con probióticos sugieren que estos tendrían una serie de beneficios potenciales para la salud, pero los efectos descritos solo pueden ser atribuidos a las cepas analizadas en cada estudio y no se puede generalizar a toda la especie ni a todo el grupo de probióticos.
Por lo tanto, para utilizar un probiótico para una indicación determinada debemos documentar los efectos sanitarios de cada cepa específica presente en el producto probiótico comercializado. Los estudios que documentan la eficacia de cepas específicas en una determinada dosis no constituyen evidencia suficiente como para apoyar los efectos sobre la salud en una dosis más baja.
La administración de probióticos consigue disminuir la duración de la diarrea aguda producida por rotavirus, en el niño de 0,6 a 0,8 días, reduciéndose también la frecuencia de las deposiciones en 1,6 al segundo día del tratamiento. La utilización precoz, en la fase de rehidratación oral, es la que parece más efectiva. Así mismo, la tendencia a tener mejores resultados aumenta proporcionalmente al número de probióticos administrados. Este efecto beneficioso ha sido probado con Lactobacillus rhamnosus, Lactobacillus casei, Lactobacillus reuterii o Streptococcus thermophylus. Con todo, según el Comité de Nutrición de la Academia Americana de Pediatría, probablemente es más efectivo el empleo de la vacuna frente a rotavirus que el uso de probióticos para prevenir las diarreas en guarderías.
Una revisión Cochrane de 2010 también indica el papel beneficioso del uso de probióticos, especialmente de Lactobacillus yy (LGG) dosis-dependiente, en el tratamiento de la diarrea aguda infecciosa del niño, sobre todo en la de origen vírico.
Dado que el empleo de antibióticos en niños es alto aun restringiendo su prescripción a las situaciones clínicas en que claramente están indicados, el hecho de que la asociación de un prebiótico fuera beneficiosa ha recibido mucha atención en la literatura pediátrica.
La diarrea asociada al uso de antibióticos (DAA) puede aparecer hasta en un 20%, aproximadamente, de los individuos que consumen estos fármacos. Se cree que la DAA se debe a la alteración de la microbiota intestinal por acción del fármaco, de forma que se favorece la proliferación de patógenos y se reduce la capacidad de fermentación del colon. Estos mecanismos en algunos casos son más conocidos, como el que se ha sugerido que ocurre con la levadura Saccharomices boulardii en la diarrea inducida por Clostridium difficile: la levadura secreta proteasas que darían lugar a la digestión proteolítica de las toxinas A y B del Clostridium.
Los estudios de probióticos en la DAA en adultos son claros y concluyentes, de forma que diversos estudios, así como los metaanálisis de D’Souza y Cremonini, han demostrado que el uso de diferentes probióticos (preferentemente las cepas Saccharomyces boulardii o Lactobacillus rhamnosus) asociados a la administración de antibióticos reduce la incidencia o la duración de la DAA secundaria a eritromicina, clindamicina o ampicilina, entre otros. En el último quinquenio, se ha demostrado la eficacia del Lactobacillus casei DN-114 001 en adultos hospitalizados para la prevención de la diarrea asociada a los antibióticos y diarrea por Clostridium difficile. Ahora bien, en población pediátrica los estudios son más escasos. En el metaanálisis de Szajewska practicado en seis ensayos clínicos aleatorizados controlados (ECAC) con un total de 766 niños, el tratamiento con probióticos redujo el riesgo de DAA en un 16,6% (del 28,5 al 11,9%; riesgo relativo [RR]: 0,44; intervalo de confianza del 95% [IC 95%]: 0,25 a 0,77); esto supone que con el tratamiento de siete pacientes con probióticos, se prevendría un caso de DAA (número necesario a tratar [NNT]: 7; IC 95%: 5 a 10).
En estos seis ECAC los procesos infecciosos eran distintos (siendo el grupo de las infecciones respiratorias superior a sepsis y meningitis) y los antibióticos eran fundamentalmente derivados de la penicilina (amoxicilina, cefalosporinas). Hay que señalar que al igual que sucedió en los estudios practicados en adultos, las cepas que parecieron ser útiles fueron Saccharomyces boulardii, Lactobacillus GG y la combinación de Bacillus lactis y Streptococcus thermophylus.
Con cinco de estos seis ECAC y otro más en el que se administra Lactobacillus *sporogenes junto con fructooligosacáridos, se realizó otro metaanálisis que alcanzó resultados similares.
Ahora bien (y así lo advierten los propios autores de estos metaanálisis), la DAA es autolimitada en la mayoría de los casos y no se asocia con una morbilidad significativa, por lo que sería importante identificar poblaciones que puedan experimentar la ventaja clínicamente significativa del empleo de los probióticos. Si en ello puede influir la presencia de uno de los tres patrones recientemente identificados de flora en los individuos, aún está por ver.
Según el informe del Comité de Nutrición de la American Academy of Pediatrics (AAP), los probióticos pueden emplearse para prevenir la DAA, pero no para el tratamiento de la misma.
Aunque esta es una patología más propia del adulto, en el mundo globalizado en el que vivimos, creemos necesario revisar los datos de que disponemos precisando que son en población adulta.
Alrededor de la mitad de los individuos que viajan a áreas de alto riesgo presenta diarrea aguda. Los agentes etiológicos son diversos, pero los más habituales son Escherichia coli, Salmonella spp., Shigella spp. y Campylobacter spp. Aunque suele autolimitarse en pocos días, se asocia a una elevada morbilidad. La eficacia demostrada por la administración de probióticos en la prevención de este cuadro ha sido muy heterogénea en los diferentes estudios controlados realizados hasta ahora, por lo que no se puede recomendar su uso con los datos disponibles.
Estudios realizados para establecer la eficacia de VSL # 3, con un preparado que contiene Lactobacillus casei, Lactobacillus acidophillus, Lactobacillus plantarum, Lactobacillus delbrueckii, Lactobacillus bulgaricus, Bifidobacterium longum, Bifidobacterium brevis, B. Bifidobacterium infantis, Saccharomyces thermophilus (450 x 109), son inadecuados y no permiten definir con certeza su eficacia en el tratamiento de la diarrea inducida por la radiación.
La diarrea persistente (diarrea de más de 14 días de duración) representa un tercio de todos los casos de muertes relacionadas con la diarrea en países en desarrollo, y los probióticos pueden ayudar en el tratamiento. En agosto de 2010, se hicieron búsquedas en el Registro Especializado de Ensayos Controlados del Cochrane Infectious Diseases Group, CENTRAL, MEDLINE, EMBASE y LILACS. También se estableció contacto con los autores de los ensayos incluidos y las organizaciones que trabajan en el campo, y se verificaron las listas de referencias, con el fin de evaluar los probióticos para el tratamiento de la diarrea persistente en niños y sus posibles implicaciones clínicas. La conclusión fue que los datos eran alentadores, pero no concluyentes, de forma que aunque el uso de probióticos parecía ser alentador como tratamiento adyuvante para la diarrea persistente, no había pruebas suficientes para recomendar su uso en ese momento. Las implicaciones para la investigación fueron que se necesitaban ensayos de diseño metodológico adecuado y con el poder estadístico suficiente para determinar si los probióticos como parte del tratamiento modifican el resultado clínico en los niños con diarrea persistente. Se recomendaba que los ensayos deberían usar las definiciones estandarizadas para diarrea persistente y resolución de la enfermedad, y la medida de resultado primaria para la revisión debería representarse idealmente en un análisis del tiempo hasta el evento. También, que todos los estudios futuros deberían usar dosis y cepas de probióticos específicas en subgrupos de participantes bien definidos. En esta revisión aún no se hace ninguna referencia a los tres grandes subtipos de flora así como tampoco a la importancia de saber qué tipología de pacientes se está estudiando.
La enterocolitis necrotizante (ECN) es una enfermedad grave que afecta al intestino de los neonatos prematuros en las primeras semanas de vida. Aunque la causa de ECN no se conoce completamente, la alimentación con lácteos y el crecimiento bacteriano desempeñan una función. Los probióticos (suplementos dietéticos que contienen bacterias o levaduras potencialmente beneficiosas) han sido utilizados para prevenir la ECN. Esta revisión de estudios encontró que el uso de probióticos reduce la aparición de ECN y la muerte en los neonatos prematuros con menos de 1500 g. No hay datos suficientes con respecto a los beneficios y los efectos adversos potenciales en neonatos con mayor riesgo, con menos de 1000 g al nacer.
Si hasta hace relativamente poco afirmábamos que, conceptualmente y en relación a la utilización de probióticos en esta entidad, había que ser muy prudentes (aunque los resultados en los ensayos clínicos aleatorios son muy prometedores), probablemente ha llegado el momento de un cambio en nuestra práctica clínica. Aconsejar un principio de prudencia en cuanto a su recomendación se debía fundamentalmente al escaso número de casos de que disponemos, ello unido a la inmadurez fisiológica del sistema digestivo del recién nacido (RN) pretérmino. Veamos.
Sabemos que el intestino del recién nacido pretérmino tiende a ser colonizado por coliformes, enterococos y bacteroides. Algunos autores han mostrado que bifidobacterias, habitualmente presentes en el intestino del neonato a término, son indetectables en el del RN pretérmino hasta la segunda semana de vida y no predominarán hasta pasado el primer mes. Es por ello que se pensó que sería bueno “normalizar” la flora intestinal administrando profilácticamente “bacterias beneficiosas”, es decir, probióticos. Tenemos en este sentido tres ECAC con probióticos en neonatos de muy bajo peso al nacimiento con resultados positivos:
En el año 2008, una revisión Cochrane que incluía estos tres estudios y otros seis más, concluyó que los prematuros con peso superior a 1000 g al nacer podrían beneficiarse del empleo del suplemento con probióticos. Dos años después, en 2010, Desphande publicó en Pediatrics otro metaanálisis en el que se seguía afirmando el papel preventivo que el suplemento de probióticos tendría en la presentación de esta patología. Ese mismo año, Cochrane revisó de nuevo este tema incluyendo 16 ensayos elegibles con 2842 lactantes. Los ensayos incluidos tuvieron gran variabilidad con respecto a los criterios de reclutamiento (es decir, peso al nacer y edad gestacional), riesgo inicial de ECN en los grupos control, momento, dosis, formulación de los probióticos y regímenes de alimentación. No fue posible extrapolar los datos con respecto a los neonatos con bajo peso extremo al nacer. En un metaanálisis de los datos de los ensayos, la administración de suplementos de probióticos enterales redujo significativamente la incidencia de ECN grave (estadio II o más) (CR típico: 0,35; IC 95%: 0,24 a 0,52) y la mortalidad (CR típico: 0,40; IC 95%: 0,27 a 0,60). No hubo pruebas de una diferencia significativa en la reducción de la sepsis nosocomial (CR típico: 0,90; IC 95%: 0,76 a 1,07). Los ensayos incluidos no informaron de infecciones sistémicas con los microorganismos presentes en el suplemento de probióticos. La prueba estadística de heterogeneidad para ECN, mortalidad y sepsis no fue significativa. De esta manera, la conclusión de los autores fue la de que la administración de suplementos enterales de probióticos previene la ECN grave y la mortalidad por todas las causas en los lactantes prematuros. De esta manera, concluían que la revisión actualizada de las pruebas disponibles apoya un cambio en la práctica. Para evaluar la eficacia en neonatos con peso al nacer extremadamente bajo y cuáles son la formulación y la dosis más efectivas se necesitan más estudios.
A pesar de ello, la AAP sigue señalando que, desde su punto de vista, dado que otros estudios posteriores no han confirmado estos hallazgos (una menor incidencia de ECN) y que pudiera haber mayor riesgo de sepsis, habría que ser más prudentes en su indicación y uso.
Los estudios realizados sobre esta entidad en población pediátrica que cumplen los criterios de Roma son pocos y los efectos terapéuticos vistos han sido escasos. Citaremos un ECAC que administró Lactobacillus GG durante seis semanas a 50 niños con criterios de síndrome del intestino irritable, sin que se evidenciara mejora en cuanto al dolor abdominal pero sí en relación a la sensación de flatulencia frente a distensión abdominal.
Se ha planteado la hipótesis de que defectos en la función de la barrera de la mucosa intestinal podrían iniciar respuestas anormales inmunes en las enfermedades inflamatorias intestinales. El término de enfermedad inflamatoria intestinal (EII) reúne diferentes entidades (enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa y colitis indeterminada) caracterizadas por lo que actualmente se cree una respuesta inflamatoria exagerada y autoperpetuada de la pared intestinal, en sujetos genéticamente susceptibles, en respuesta a la propia flora intestinal comensal.
Además, se han descrito diferentes alteraciones en la microbiota intestinal de los pacientes con EII, como la disbiosis (pérdida del balance entre especies bacterianas beneficiosas y nocivas), el predominio de clostridios, o cambios en la proporción de bacterias adheridas al epitelio intestinal. Por estas razones, la administración de probióticos resulta una estrategia terapéutica atractiva. Hay que distinguir tres situaciones diferentes en la utilización de probióticos en la EII:
Una importante proporción de la población adulta (variable que depende fundamentalmente de la etnia) presenta intolerancia a la lactosa (diarrea, flatulencia, dolor cólico), por lo que excluye los lácteos de la dieta. Es sabido que los individuos que no toleran la leche, con frecuencia sí toleran el yogur. Esto se debe, entre otras causas, a que este alimento contiene probióticos (lactobacilos) que contienen lactasas que son liberadas cuando las secreciones biliares lisan la pared bacteriana. Además, el tránsito intestinal más lento del yogur en relación con la leche también favorece el primer mecanismo. Este sencillo efecto probiótico es fácilmente aplicable no solo en individuos con malabsorción primaria de lactosa, sino también en otras situaciones donde puede existir un déficit adquirido de lactasa, ya sea transitorio (por ejemplo gastroenteritis aguda en niños) o crónico (por ejemplo, síndrome de intestino corto).
Streptococcus thermophilus y Lactobacillus delbrueckii bulgaricus mejoran la digestión de la lactosa y reducen los síntomas relacionados con la intolerancia. Esto se ha confirmado en una serie de estudios controlados con individuos que consumían yogur con cultivos vivos.
De forma muy resumida, podríamos decir que los ensayos clínicos aleatorizados en los que se han usado probióticos para prevenir la dermatitis atópica son altamente esperanzadores, aunque necesitarán ser confirmados en un futuro. Por el contrario, en el caso del tratamiento de esta enfermedad no han podido demostrar resultados beneficiosos.
Es probable que el desarrollo de la respuesta inmune esté influido por la secuencia de colonización bacteriana intestinal tanto de los neonatos como de los lactantes. Entre los factores ambientales que creemos influyen en esta colonización estaría, amén de la predisposición genética, que parece tener un peso mucho mayor del que en principio se le otorgó, la alimentación del lactante. Esta flora intestinal va a condicionar en parte el tipo de respuestas inflamatorias que va a ir desarrollando el niño. Durante el embarazo, sabemos que el perfil de respuesta inflamatoria de citocinas del feto se desvía de la inmunidad mediada (linfocitos T helper 1 [Th1]) hacia la inmunidad humoral (linfocitos Th2), que es la inmunidad en la que se basan los fenómenos alérgicos en los primeros años de vida. En la hipótesis denominada “riesgo de enfermedad alérgica”, este se atribuye al retraso o la falta de cambio desde la respuesta predominante Th2 a otra fase posterior en la que se dará un equilibrio entre las respuestas Th2 y Th1. En ello se basaría la administración de probióticos durante un tiempo que perseguiría un reequilibrio entre ambas respuestas. Por otra parte, la microbiota del lactante con dermatitis atópica tiene más bacterias Clostridium y menos Bifidobacterium, sobre todo si el niño es alimentado con fórmula. De otro lado, la permeabilidad intestinal está aumentada en pacientes alérgicos y esto ayudaría al paso de antígenos proteicos inductores de alergia a partir de la dieta. Este es el primer eslabón en lo que hemos dado en llamar “marcha atópica”. Los probióticos podrían restaurar la permeabilidad y mejorar el procesamiento de los antígenos de la dieta.
Antes de entrar de lleno en el comentario querríamos hacer dos matizaciones muy importantes:
Hoy por hoy, los únicos prebióticos de los que tenemos suficientes conocimientos como para ser considerados como tales, según los requisitos que en la primera parte de nomenclatura hemos apuntado, son los oligosacáridos (OS).
Un OS, como su nombre indica, es un hidrato de carbono que contiene entre tres y 30 monómeros unidos por enlaces glucosídicos. A partir de 30 monómeros hablamos de polisacáridos, aunque la diferencia entre OS y polisacáridos no está perfectamente definida. De hecho, por ejemplo, los OS están presentes en leche humana, frutas, vegetales y miel, preferentemente.
En la industria alimentaria se utilizan distintos OS según los países productores. Por ejemplo, en la industria alimentaria europea y estadounidense se utilizan fructanos tipo inulina, FOS y GOS; el grado de polimerización de estos fructanos suele ser de 12 monómeros, pero puede ser desde dos hasta 60. Por el contrario, en Asia y fundamentalmente en Japón, se emplean habitualmente isomalto-OS y xilo-OS extraídos fundamentalmente de plantas, pero también producidos a partir de lactosa y sacarosa. Los fructanos tipo inulina y los FOS se obtienen a partir de la cebolla, la banana, el trigo, el puerro y la raíz de la achicoria.
La leche materna contiene OS consistentes en hidratos de carbono que tienen lactosa en el extremo reductor y ácido siálico o fucosa en el extremo no reductor.
En 2007, una revisión Cochrane llegó a la conclusión de que había pruebas evidentes para dar prebióticos en la prevención de las enfermedades alérgicas en los lactantes. Un año después, el grupo de Arslanoglu et al. publicó el resultado de un ECAC con dos años de seguimiento de 132 pacientes con riesgo de presentar dermatitis atópica, por antecedentes familiares en los padres. Los niños tomaron una fórmula parcialmente hidrolizada, con una mezcla adicionada con FOS o GOS, frente a un grupo control tratado con maltodextrina como placebo, durante los primeros seis meses de vida. La incidencia acumulada de eccema y de sibilancias fue mucho mayor en el grupo control (27 frente a 13,6 y 20,6 frente a 7,6%, respectivamente). Ahora bien, en 2010, Van der AA et al. publicaron en Pediatr Allergy Immunol una nueva revisión cuya conclusión fue que no existían suficientes evidencias para apoyar el uso de probióticos, prebióticos o simbióticos en la prevención o tratamiento de la dermatitis alérgica en los niños. Según el Comité de Nutrición de la AAP, se necesitan estudios con fórmulas no hidrolizadas o parcialmente hidrolizadas en lactantes antes de poder hacer recomendaciones para el uso de prebióticos en los lactantes y niños pequeños para prevenir la enfermedad atópica.
Los prebióticos en la alimentación complementaria tienen escasas repercusiones beneficiosas, salvo el cambio en el número y consistencia de las heces y una mayor absorción de calcio en la adolescencia.
En un reciente informe del Comité de Nutrición de la European Society for Paediatric Gastroenterology, Hepatology and Nutition (ESPGHAN), se hace eco de que las fórmulas infantiles son suplementadas cada vez más con probióticos, prebióticos o simbióticos, a pesar de las incertidumbres de su eficacia. Es por ello que proceden a revisar sistemáticamente las evidencias publicadas. Concluyen que la administración de los productos evaluados no plantea problemas de seguridad en relación con los problemas de crecimiento y los efectos adversos. Sin embargo, tampoco habría datos suficientes para recomendar el uso rutinario de probióticos y prebióticos en las fórmulas. El Comité considera que la administración de suplementos de la fórmula con probióticos y/o prebióticos es un importante campo de de investigación y que este tipo de estudios debería estar muy bien diseñado y, preferentemente, financiado por organizaciones internacionales independientes, en lugar de estarlo por las empresas fabricantes.
A la luz de los conocimientos actuales y según las recomendaciones de la AAP y de la ESPGHAN, basadas en ECAC, desde un punto de vista práctico para el pediatra de Arención Primaria, se podría concluir que:
*Recogemos la nomenclatura de este probiótico como aparece en el artículo original, aunque hay que hacer notar que este nombre quedó relegado tras los cambios en la nomenclatura taxonómica de 1939 y se denomina Bacillus coagulans. Este microorganismo fue descrito en la clasificación de 1932 que apareció en el quinto manual de Bergey (Bergey's Manual of Determinative Bacteriology) como un Lactobacillus formador de esporas; al exhibir características mixtas entre ambos géneros, bacilos y lactobacilos, su posición taxonómica fue largamente debatida hasta la séptima edición del manual de Bergey, que tras aplicación de técnicas basadas en la determinación del ADN lo adscribe al género bacilo como Bacillus coagulans.
La autora declara no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
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