Vol. 13 - Num. 50
Colaboraciones especiales
Rosa M.ª Macipe Costaa, Luis Gimeno Feliua
aPediatra. CS San Pablo. Zaragoza. España.
Correspondencia: RM Macipe. Correo electrónico: rmacipe@gmail.com
Cómo citar este artículo: Macipe Costa RM, Gimeno Feliu L. Competencia cultural y población inmigrante: un reto cotidiano en nuestras consultas. Rev Pediatr Aten Primaria. 2011;13:299-319.
Publicado en Internet: 25-04-2011 - Número de visitas: 14494
Resumen
En los últimos años, en España, ha habido un gran aumento de la población inmigrante. Este fenómeno ha supuesto un reto para los pediatras que han tenido que adaptarse a esta nueva realidad. En la actualidad, muchas de las dificultades y retos que nos plantea el niño inmigrante tienen más que ver con problemas de comunicación y diferentes concepciones de la salud y la enfermedad, que con patologías importadas o problemas de salud concretos.
En la línea de lo anterior, se habla de la competencia cultural como un conjunto de habilidades, actitudes y comportamientos, en los que el profesional debería estar entrenado para proporcionar unos cuidados sensibles, empáticos, flexibles y respetuosos con el paciente, que implican una comunicación centrada en el paciente efectiva. Son pilares básicos de la competencia cultural, la sensibilidad hacia las diferencias y hacia el otro, y la capacidad de escucha y saber preguntar.
No se trata de habilidades diferentes a las necesarias para hacer una atención adecuada a nuestros pacientes en general, sino de aplicar las habilidades necesarias para un enfoque centrado en el paciente a la población inmigrante. Por lo tanto profundizar en estas habilidades nos hará mejorar nuestra atención a la población autóctona.
En nuestra atención al inmigrante, nos encontramos con dificultades y barreras para superar estas dificultades. Dentro de estas barreras nos encontramos con problemas de actitud, prejuicios, recelos, barreras lingüísticas, escaso tiempo en las consultas, falta de formación en temas específicos de la población inmigrante, etc. Identificar estas barreras y buscar soluciones a esas dificultades son los objetivos de la presente revisión.
Palabras clave
● Comunicación ● Diversidad cultural ● InmigraciónLos últimos años, en España se ha producido un gran aumento de la población inmigrante, en su mayoría procedente de países de renta baja1-4. Este fenómeno ha llevado asociada una gran transformación de nuestra sociedad. Al contrario que hace unas décadas, España puede considerarse un país receptor de inmigración.
A fecha de 1 de enero de 2010, según datos del padrón (www.ine.es), la población inmigrante en España supone el 12% del total. Igualmente, el 12% de la población menor de 14 años es extranjera.
Somos, dentro de la Unión Europea, el país que ha recibido en los últimos años mayor número de inmigrantes. El número de residentes extranjeros se ha multiplicado por tres los últimos seis años5.
Este fenómeno ha supuesto un desafío para los pediatras, que han tenido que adaptarse a esta nueva realidad. Para ello, en los primeros años se consideró pertinente formarse en patología importada y conocer protocolos de acogida para abordar la llegada del niño inmigrante.
Pero los retos han cambiado conforme ha cambiado el momento del fenómeno. Actualmente, el flujo inmigratorio se ha estabilizado y, sin embargo, nacen muchos hijos de inmigrantes aquí. El abordaje de la atención a estos niños nacidos aquí y a niños que viven aquí ya hace tiempo plantea unas dificultades distintas a las que se planteaban en el momento del inicio de la inmigración. En la actualidad, muchas de las dificultades y retos que nos plantea la atención sanitaria al niño inmigrante tienen que ver más con problemas de comunicación y diferentes concepciones de la salud y la enfermedad, que con patologías importadas o problemas de salud concretos.
De hecho, el mismo concepto de “inmigrante” está en evolución; no es lo mismo ser inmigrante que extranjero, los niños nacidos en España de padres inmigrantes, ¿son inmigrantes?, ¿cuándo se deja de ser inmigrante?, ¿se puede llamar a los hijos de inmigrantes segunda generación de inmigrantes, cuando ellos no han sido inmigrantes?6. Estas cuestiones y muchas otras nos recuerdan que es un tema muy abierto y que, por lo tanto, debemos huir de conceptos e ideas cerradas.
El sistema sanitario, y sobre todo la Atención Primaria, es una de las puertas de entrada del inmigrante a nuestra sociedad. La contribución que los profesionales sanitarios podemos realizar a esta puerta de entrada es muy valiosa. La sensibilidad, la empatía y los valores interculturales de nuestra atención pueden ser uno de los medios más valiosos para favorecer la integración de la población inmigrante en nuestra sociedad.
Dotarnos de medios, herramientas y capacidades para relacionarnos con personas de otras culturas es lo que nos hará profesionales competentes culturalmente. No se trata de aprender técnicas nuevas, ni capacidades diferentes a las necesarias para relacionarnos habitualmente con el otro. El otro siempre es diferente a nosotros. Sí es cierto que percibimos al inmigrante como “más diferente” y presuponemos mayores diferencias y, por lo tanto, mayores dificultades en nuestra relación con él, lo cual no siempre es cierto. Probablemente, profundizar y mejorar nuestras habilidades en la relación con el inmigrante es una oportunidad que nos hará mejorar nuestra atención a las personas no inmigrantes también.
El objetivo principal de este artículo es mejorar nuestras habilidades como pediatras en el ámbito de la competencia cultural; para ello, intentaremos conocer el concepto de competencia cultural, profundizar en las barreras y dificultades que encontramos en la atención cotidiana a la población inmigrante, y proponer herramientas y soluciones a las dificultades anteriores.
“La medicina de la inmigración no es una medicina de parásitos ni de virus extraños, es una medicina de hombres y mujeres que se diferencian de nosotros en la forma de expresar el sufrimiento y los problemas, en su manera de concebir la vida, las enfermedades, el dolor y la muerte. Han dejado en su país una cultura sanitaria sin haberla abandonado e incorporan otra sin haberla comprendido; es la medicina de unos enfermos que esperan de nuestro mundo sabio una tecnología mitificada que les salve, pero que no llegan a hacer comprender sus problemas interiores a sus médicos y cuidadores” (R. Colasanti. II Congreso de Medicina y Emigración. Roma, 1990).
En nuestra medicina sigue predominando un modelo biomédico en el que se hace mucho énfasis en el conocimiento de las enfermedades y se dedica poco espacio al conocimiento del enfermo7. Aspectos relativos a la relación médico-paciente, entrevista clínica, comunicación, atención a aspectos psicosociales, diferencias culturales, etc., no son suficientemente tenidos en cuenta a pesar de considerarse imprescindibles para dar una atención de calidad a nuestros pacientes.
Muchas veces diagnosticamos y tratamos a los pacientes de una forma automática, sin tener en cuenta que cada persona que tenemos delante es diferente. Sin embargo, cuando tenemos un inmigrante delante, la diferencia cultural se hace tan evidente que nos hace tomar conciencia de esas diferencias que es bueno tener en cuenta en todo acto médico7.
Usualmente, el término competencia cultural hace referencia al conjunto de habilidades, actitudes y comportamientos en los que el profesional debería estar entrenado para proporcionar unos cuidados sensibles, empáticos, flexibles y respetuosos con el paciente, que implican una comunicación centrada en el paciente efectiva, que responde a las necesidades psicosociales del paciente8,9. Cuando no tenemos en cuenta las diferencias socioculturales del paciente, podemos encontrarnos con insatisfacción del paciente, problemas de adherencia y peores resultados en salud10.
El profesional sanitario debe saber atender a la población, teniendo en cuenta los aspectos diferenciales de cada uno, de manera que pueda personalizar la asistencia teniendo en cuenta la diversidad y las diferencias culturales y religiosas que influyen en la forma de entender la salud y la vida en general11.
La competencia cultural no es simplemente el estudio de las diferentes culturas, que corre el riesgo de crear estereotipos sobre la persona que tenemos delante, pues se tiende a atribuir los mismos rasgos de forma homogénea a todas las personas con una misma procedencia. Tampoco es simplemente la atención a las minorías étnicas7. La habilidad no es tanto conocer en profundidad cada una de las culturas, como adquirir habilidades en torno a la interculturalidad. Parafraseando a Betancourt9: “Así pues, la competencia cultural ha evolucionado desde la creación de ideas sobre los pacientes en base a la cultura, a la puesta en práctica de los principios del cuidado centrado en el paciente que incluye la empatía, la exploración de creencias, la valoración de la sensibilidad de los pacientes, sus necesidades, valores y preferencias. La competencia cultural no es una panacea que de una manera simple mejorará los resultados en salud y eliminará las desigualdades, sino un necesario repertorio de habilidades para los sanitarios que desean suministrar cuidados de alta calidad a sus pacientes”.
La atención sanitaria a personas inmigradas, salvo sus peculiaridades culturales, no difiere significativamente de la que se presta a personas autóctonas. El profesional sanitario debe saber atender a la población teniendo siempre en cuenta su diversidad, y respondiendo de una forma adecuada a ella. La atención al inmigrante se simplifica cuando se incluye en el marco de una buena práctica asistencial que tiene en cuenta la distancia cultural entre médicos y pacientes en general. Según Allue7, la competencia cultural sería poco más que una sensibilidad hacia las diferencias y hacia el otro. Si se está dispuesto, sensible y culturalmente, bastarán unos pocos conocimientos referidos a la interculturalidad para que aparezca la sintonía y la confianza mutua12, pilar fundamental para una buena atención médica.
En 1775, Johan Friedrich Blumenbach, publicó De generis humani varietata, donde describió cinco variedades humanas: los caucásicos (Europa, oeste de Asia, norte de África), mongólicos (este de Asia), etiópicos (África subsahariana), americanos (“Nuevo Mundo”) y maláxanos (Oceanía). Estas variedades se popularizaron bajo el nombre de “blancos”, “amarillos”, “negros” y “rojos”. Como estas divisiones fueron arbitrarias, se hicieron subdivisiones llegándose a definir entre 100 y 200 razas. La única conclusión de estos estudios raciales es que las poblaciones son diferentes, pero los límites para separar los grupos no son definidos y muchas veces son arbitrarios. Estas clasificaciones raciales son reflejo de conceptos sociales, pero no tienen una base biológica ni genética real. No tiene nada que ver una persona negra de una ciudad de Estados Unidos que una persona negra procedente del África rural. Las grandes diferencias entre las poblaciones humanas y las barreras reales son de origen cultural y social. A su vez, todas las culturas muestran una gran diversidad interna. Incluso dentro de un mismo país y cultura no es lo mismo una persona con un nivel de estudios alto a una persona sin estudios, e incluso dentro de un mismo nivel sociocultural, todos somos distintos. Ser diferentes es algo inherente a nuestra naturaleza humana. Y ser diferentes es algo bueno, que no se vive como amenazante cuando el diferente es de tu propia cultura, sino como enriquecedor13.
Así como el concepto de razas parece superado, y se enfatiza en el discurso de las culturas, también hay que revisar el discurso culturalista, que tiende a crear estereotipos, que proyectan una imagen muchas veces negativizada del paciente inmigrado, haciéndolo portador de atributos culturales estáticos y generalizados a toda la población procedente de una misma cultura14. Cuando clasificamos a un inmigrante dentro de una cultura, corremos el riesgo de estereotipar y presuponer determinadas pautas de actuación, de relación, que pueden no darse en la persona que tenemos delante. Es como cuando determinados turistas llegan a España y piensan que todos los españoles bailamos flamenco, tocamos la guitarra, vamos a los toros, vamos a misa los domingos y ayunamos los viernes de cuaresma, etc.
Entre los profesionales tendemos a buscar perfiles en personas con una misma condición común, y buscar asociaciones en nuestra práctica diaria que expliquen el comportamiento de una persona sin profundizar en las causas. Los percibimos como diferentes en su totalidad, sin plantearnos el carácter dinámico de las culturas y su adaptación a la cultura de los países de acogida. Cuando la relación se establece de forma eficaz, la experiencia nos indica que es mucho más lo que nos acerca que lo que nos aleja, e identificamos las diferencias como rasgos personales que no obstaculizan la relación10.
Con todo lo anterior, no negamos que ciertos conocimientos en patrones, características culturales, religiosas, etc., de determinados colectivos no sean útiles. Pero este conocimiento no debe llevarnos a encasillar a una persona, a presuponer comportamientos, sentimientos y pautas de actuación. Volvemos al enfoque centrado en el paciente como base de la Atención Sanitaria8-10. La persona que tenemos delante es un individuo de una determinada procedencia, con unos probables rasgos culturales que hay que verificar. Conocer e intentar comprender esos rasgos puede ayudarnos a empatizar con el paciente. Pero no hay que olvidar, ante todo, que lo que tenemos delante es una persona, con su carácter, su historia personal, su universo relacional, sus condiciones socioeconómicas y sus dificultades, que son suyas y no de todas las personas de una misma procedencia.
Muchas veces, cuando queremos dotarnos de habilidades interculturales, buscamos conocimientos, recetas, construidos sobre estereotipos, con los que nos gustaría obtener las claves mágicas para tratar y relacionarnos con pacientes marroquíes, africanos o chinos. Sin embargo, lo importante y necesario es situarse frente a cada paciente como un ser único, al que hay que conocer en todas sus dimensiones, y para eso lo fundamental es el saber preguntar y saber escuchar, habilidades, estas sí, fundamentales en la competencia cultural10.
Asimismo, es importante ser conscientes de que nosotros también tenemos nuestra propia cultura y que hay pautas de alimentación, comportamiento, relación, etc., que proponemos a nuestros niños, que no tienen porque ser la única o mejor manera de hacerlo. Hay que ser consciente de esto, ya que nos hará flexibles y empáticos a la hora de comprender, aconsejar y negociar con nuestros pacientes. Hay que saber diferenciar entre lo importante y demostrado científicamente, y lo que responde a comportamientos y pautas culturalmente establecidos.
La atención al inmigrante ha supuesto un reto importante no exento de dificultades. Muchas veces, los profesionales no están preparados para lo nuevo y lo diferente, y la adaptación a esta nueva situación ha supuesto un sobreesfuerzo en unas consultas muchas veces ya muy saturadas15-18. Sin embargo, el fenómeno de la inmigración no ha hecho sino poner en evidencia unas carencias personales y del sistema para llevar adelante el enfoque biopsicosocial de la enfermedad frente a un enfoque puramente biologicista. La atención al inmigrante no exige aprender técnicas nuevas y habilidades distintas a las necesarias para hacer un enfoque centrado en el paciente9.
A pesar de esto, es evidente que existen dificultades, y existen también barreras para hacer frente a estas dificultades. Para el profesional, estas barreras pueden ser la presencia de prejuicios y estereotipos, problemas de actitud, escasa formación en medicina transcultural, problemas de comunicación, escasa formación en enfermedades importadas, desconocimiento en el manejo de situaciones nuevas específicas de determinadas poblaciones (ablación de clítoris, calendarios vacunales distintos, consejo al viajero, etc.).
A continuación vamos a desarrollar algunas de estas barreras.
El fenómeno de la inmigración en España, a diferencia de otros países europeos, se ha caracterizado por un aumento de la población inmigrante tan rápido que no ha dado tiempo a la población a acostumbrarse y adaptarse al mismo. Esto ha generado sentimientos de amenaza y rechazo muy llamativos. Fruto de estos sentimientos son las afirmaciones que circulan en torno a la población inmigrante como, por ejemplo, que van a hundir el sistema sanitario, que abusan de él, que vienen solo a operarse, que consumen muchos mas fármacos, que saturan las urgencias, etc. A pesar de ser afirmaciones sin una base real, han tomado gran fuerza y pueden llegar a condicionar la actitud que tengamos hacia la población inmigrante. Por lo tanto, es importante estudiar y profundizar en dichas afirmaciones de cara a poder deshacer estos prejuicios.
En esa línea, la Encuesta Nacional de Salud (2006)19 ha tenido en cuenta el factor “extranjero”. En dicha encuesta, aparece que el estado de salud percibido por los inmigrantes es mejor que el de los autóctonos, que tienen menos enfermedades crónicas. Asimismo, usan menos los servicios sanitarios que la población autóctona (han utilizado algún servicio sanitario en las últimas semanas el 39,5% de los autóctonos frente al 29,3%)20.
En los últimos años, otros estudios están ahondando en los mismos datos, confirmando la falsedad de estos tópicos, al demostrar que el uso del sistema sanitario por parte de la población inmigrante es menor que el realizado por la población autóctona21-26.
Es preciso señalar que el rechazo al extranjero es universal. El “otro” siempre ha provocado recelos, cuando no miedo. El ser humano, se dice, es un animal de costumbres, al que le cuesta salir de las rutinas establecidas, y al que toda novedad le produce una sensación de inseguridad. Decía Ortega y Gasset que el extraño, por el hecho de serlo, parece potencialmente peligroso. Cuando lo que viene de fuera resulta ser vulnerable, tiene un mayor riesgo de ser repudiado o apartado del grupo mayoritario20. Vivimos en una de las sociedades más seguras que han existido jamás y, sin embargo, somos los que más inseguros y amenazados nos sentimos, predomina la desconfianza en los demás y sus intenciones. Y esta desconfianza es mucho mayor cuanto más diferente es el otro.
Este miedo y esta desconfianza se traducen en un deseo de separar, o alejarse de ese otro que desconocemos. Pero cuanto más se separan las personas, mayor miedo se tienen y, por lo tanto, buscan con mayor avidez la compañía de los semejantes, creándose un círculo vicioso difícil de romper. Y ese deseo de evitar se transmite a los hijos, de manera que se elude llevar a los niños a escuelas en las que haya inmigrantes, creándose así escuelas ghetto, negándose a las generaciones futuras la posibilidad de aprender a convivir y normalizar la presencia de personas diferentes, que muchas veces ya ni son de otra cultura, pues han crecido dentro de la nuestra. Los extranjeros tienden a parecer más terroríficos cuanto más lejanos, desconocidos e incomprensibles los vemos.
Por otro lado, una sociedad amenazada, hace sentir esa amenaza y rechazo al que amenaza, y eso favorece que el rechazado se repliegue en sus iguales, favoreciendo asimismo el aislamiento de la sociedad de acogida, no necesitar aprender la lengua, mantener costumbres impermeables a lo nuevo, etc. En la sociedad se pueden dar redes de alta y baja densidad. Las redes de alta densidad son esas que se dan cuando todos somos iguales, nos conocemos y nos parecemos; favorecen la identidad y la rigidez de las costumbres, pues es más difícil romper con ellas cuando vives rodeado de personas que te conocen y que las comparten (por ejemplo, se dan más en las sociedades rurales). Las de baja densidad son aquellas que se dan cuando nos mezclamos con personas distintas, a las que no conocemos; favorecen la interculturalidad y el cambio (estas se dan más en las ciudades). Cuando no hay acogida, se favorecen las redes de alta densidad que, a su vez, interfieren en la integración y la interculturalidad al dificultar los cambios necesarios para irse adaptando junto a la población de acogida a un nuevo marco común.
La integración es un proceso bilateral que depende de la interacción entre el inmigrante y la sociedad receptora, y eso idealmente implica un proceso de cambio en las dos partes, cuya meta son las ganancias que ambas partes vamos a tener en el proceso más que las pérdidas.
Existen distintos modelos de relación en el contacto de una sociedad que acoge frente al inmigrante:
La manera de intentar dar pasos hacia esa sociedad intercultural en la que la presencia del otro se normalice, se viva como una riqueza, en la que todos aprendamos de todos, es intentar conocernos, compartir espacios y vivencias. Nosotros, como profesionales de la salud, tenemos la oportunidad de conocerlos, de acercarnos a ellos y de hacer sentir que la sociedad acoge, y que esa acogida facilite ese proceso de adaptación13.
A pesar de las dificultades, es un hecho que la sociedad española ha sido capaz de acoger a más de cuatro millones de inmigrados en pocos años, sin grandes problemas de convivencia. Esto es un motivo de satisfacción para el conjunto de la sociedad y un motivo de esperanza20.
La barrera del lenguaje es una de las mayores dificultades sentidas por los profesionales a la hora de atender a población inmigrante. Al desconocimiento de la lengua española por algunos inmigrantes se une la poca tradición española en el dominio de otras lenguas11,27.
En todos los estudios realizados, el idioma es la barrera que tanto los profesionales como la población inmigrada de lengua no hispana reconocen como la más importante en la interacción. Ciertamente, no entenderse verbalmente con una persona es un obstáculo que en ocasiones nos parece insalvable y que nos hace dudar de la beneficencia de nuestras actuaciones (por ejemplo, malentendidos en la toma de medicación). Además, un problema histórico de nuestra Atención Primaria es la falta de tiempo. Atender a una persona inmigrante con la que no compartimos la lengua exige un mayor consumo del recurso “tiempo”, que sentimos como escaso. Ese es un hecho que debemos valorar al organizar las actividades, y sería bueno que se contemplase en las ratios por profesional.
De todas maneras, el contacto reiterado propicia que desarrollemos habilidades personales comunicativas. El conocimiento de palabras clave y la adopción de un lenguaje no verbal adecuado generan confianza y aumentan la receptividad de la persona a la que atendemos.
En relación con la comunicación con el inmigrante, existen los siguientes principios:
En la comunicación con el inmigrante existen unas pistas o herramientas fundamentales que vamos a comentar:
Todo lo anterior es siempre útil; sin embargo, en ocasiones, cuando el conocimiento de nuestra lengua del inmigrante es muy escaso, la barrera de la lengua es insalvable y necesitamos otros recursos, no siempre disponibles pero cuya existencia es bueno conocer. Todos los recursos tienen sus ventajas e inconvenientes, no existe un recurso ideal para todas las situaciones, por lo que es bueno saber cuál deberíamos usar en cada situación. Emplear un recurso u otro dependerá de la urgencia, de las necesidades y de la complejidad de lo que queremos comunicar. Dentro de estos recursos encontramos:
Con las herramientas y habilidades comentadas, deberíamos ser capaces de hacer una valoración cultural del paciente inmigrante.
La valoración cultural no es únicamente una recogida de información sobre el paciente, sino un proceso que nos permite conocer a la persona, la familia y su cultura. La valoración cultural es definida por Leininger como la valoración o el examen sistemático de individuos, grupos y comunidades, así como de sus valores, creencias y prácticas, para determinar sus necesidades y las intervenciones que deben hacerse dentro de su contexto. Consiste en hacernos una idea global de la persona y su contexto cultural.
Estas diferencias y semejanzas del cuidado cultural deben ser identificadas y comprendidas para poder asistir a las personas de diferentes culturas ofreciendo un cuidado culturalmente congruente. Pretende identificar aquellas necesidades de cuidados derivadas de su situación de emigrantes: cambio de cultura, idioma, medio social, ausencia de familia, etc., así como de las derivadas de sus condiciones de vida (en algunos casos): hacinamiento, malas condiciones de vivienda, tipo de alimentación, etc., e identificar los aspectos positivos hacia la salud que presentan en función de su cultura, para potenciarlos.
Así pues, serán aspectos importantes que debemos conocer:
Y aunque puedan existir más aspectos en los que profundizar, conocer todo lo anterior nos permitirá hacernos una buena idea del contexto sociocultural y personal que rodea a la persona que tenemos delante, y eso nos permitirá una mejor atención, una mejor aproximación a sus problemas, una respuesta a sus demandas más próxima a sus circunstancias, lo que favorecerá la adopción de las soluciones propuestas. Si no tenemos en cuenta sus necesidades, creencias, costumbres, etc., normalmente nos encontraremos con problemas de cumplimiento importantes que al final hacen que el tiempo invertido en la intervención resulte inútil.
Como decíamos al principio, la presencia de inmigrantes ha hecho que nos enfrentemos a situaciones con las que no nos habíamos encontrado anteriormente. Poco a poco se han ido respondiendo a ellas, y se han ido elaborando materiales, documentos, sitios Web, etc., que han intentado facilitarnos la labor en nuestras consultas. En la tabla 1 se indican sitios Web con recursos que vienen a responder a distintas situaciones o problemas concretos que puede plantearnos la atención a la población inmigrante. Sin duda, conocerlos aliviará en parte la sensación de estrés y sobrecarga que nos genera muchas veces la atención a esta población.
La competencia cultural no es el conocimiento de las culturas, ni nos proporciona recetas concretas para abordar el trato con inmigrantes acotándolo según sus distintas procedencias. La competencia cultural viene a aplicar habilidades y técnicas necesarias e importantes en el enfoque centrado en la paciente, al caso concreto de los inmigrantes.
Son pilares básicos de la competencia cultural, la sensibilidad hacia las diferencias y hacia el otro, la capacidad de escucha y saber preguntar.
Las herramientas y actitudes que nos hacen competentes culturalmente son herramientas que harán que cualifiquemos también nuestra atención al paciente autóctono; por lo tanto, el abordaje adecuado de la persona inmigrante es una oportunidad que nos va a ayudar a mejorar nuestras habilidades de comunicación en la consulta con todos nuestros pacientes.
Agradezco a la Red ISIR (www.redisir.net) la formación y el acceso a muchos de los materiales que han sido la base para la elaboración de esta revisión.
Los autores declaran no presentar conflictos de intereses en relación con la preparación y publicación de este artículo.
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